Pep Guardiola Manchester City 2019-20Getty

Guardiola y el odio

Ruben Uria BlogGoal

Si el fútbol es pasión, también obedece a nuestros instintos más bajos. Uno de ellos es el odio. Impulsados por el potente altavoz de las redes sociales, empeñados en insultar más que debatir, prefierimos instalar el fútbol en la trinchera, lejos de cualquier espacio de debate sosegado. El fútbol es pasión, dicen. Y con esa coartada, estamos empezando a perder el norte, midiendo a los más grandes protagonistas del juego por lo que han dejado de ganar y no por lo que construyen. A Messi, el mejor jugador de la historia de este deporte junto a Maradona, se le afea no haber ganado un Mundial. A Cristiano, uno de los goleadores de época de este deporte, se le critica por chutar (y marcar) penaltis. A Simeone, el mejor entrenador de la historia del Atleti, se le critica que no haya ganado la Champions y que gana mucho dinero, como si los demás ganasen la Champions cada año, cobrasen en Sugus de piña y como si no mereciera ese sueldo habiendo mutilplicado el presupuesto de su equipo por cuatro.

A Zidane, que ha ganado todo lo que se puede ganar en este deporte, se le echa en cara que es un alineador, que tácticamente es un zote y que tiene un jardín botánico donde la espalda pierde su casto nombre. A Mourinho, que ha ganado en todos los países donde ha estado, se le llama fracasado porque últimanente sus equipos no ganan y como era el rompeolas con el que chocó el periodismo español, siempre hay una factura que cobrarle o un palo que asestarle. Y a Guardiola, uno de los mejores entrenadores de la historia - si es que no es el mejor-, se le mide por la cantidad de Champions que no ha ganado o por la cantidad de millones que su equipo se ha gastado, como si el resto de clubes de elite no invirtieran millones o como si ganar la Champions fuera lo normal y no algo extraordinario. Filias y fobias. Pasión, dicen. Rencor, parece. 

No es nuevo que cada éxito de Guardiola escuece entre sus "haters" y que cada derrota de Pep es celebrada como un título por su legión de odiadores, que se dividen entre los periodistas más rancios del país y el sector más radical de hinchas de óptica madridista, que jamás le perdonarán aquel imperio futbolístico encabezado por Messi. Guardiola, que llevaba diez años sin estar en una final de Champions, ha tenido que escuchar durante todos estos años que no daba la talla a la hora de la verdad, que iba por la vida de inventor del fútbol, que había empeorado al Bayern, que había desteriorado al City y que, con todo el dinero que tenía a su disposición para ganar la Champions, no era capaz de ganarla. Ahora está en la final. Unos festejan y otros lamentan. La cuestión de fondo es sencilla. Más allá de perder o ganar, de filias y fobias, de politiqueo cainita o argumentos futbolísticos, Guardiola representa la excelencia en el banquillo. Uno puede ser del Barça, del Atleti, del Betis, del Acoyano, del Swansea City o del Toulouse y reconocer que la figura de Pep trasciende camisetas y colores, filias y fobias. Guardiola, una de las grandes leyendas de los banquillos, gane o pierda, pasará a los anales por su gran contribución al fútbol. No es perfecto, pero propone espectáculo y casi siempre lo consigue. 

Fue el heredero del cruyffismo, el mago que sublimó la fórmula y el que ha peregrinado por diferentes clubes, históricos o millonarios, exportando sus ideas con un éxito indiscutible. Guardiola comprende el fúthol como una coreografía y el balón como un medio para conseguir un fin. Embajador del buen gusto futbolístico, seductor de futbolistas, perfeccionista incurable, Pep levanta admiración entre sus partidarios y rencor entre sus detractores. Algunos le tendrán siempre como un ídolo. Y otros, como al anticristo. Los que le adoran ven un líder nato. Los que lo odian, un zen de todo a cien. Pasión, dicen. Rencor, parece. Quizá el árbol del odio no deja ver el bosque. Quizá nos gusta más nuestro equipo que el fútbol. Y quizá, sólo quizá, sería un rasgo inteligente poder poner en valor los méritos de aquellos que, aunque nos provoquen rechazo, hayan engrandecido al fútbol. Es muy fácil llamar fracasados a los mejores cuando no ganan algo que nos tienen acostumbrados a ganar. Y es aún más fácil que un fracasado se permita el lujo de llamar fracasados a los demás. Que difícil es marcarle un gol al odio.  

 Rubén Uría

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