Italia siempre es un ogro, incluso cuando parece en calma o en letargo. Ni la victoria (4-0) en la final de la Eurocopa 2012, el cénit de un tiki-taka con el que la España de los tres títulos seguidos se aseguró un lugar en la historia, ni la recordada tanda de penaltis en la que la Selección saltó de una vez por todas la barrera de los cuartos permiten olvidarlo. Y cuando alguien se atreve a hacerlo aparecen el triunfo con Conte al frente en los octavos de 2016 o los 32 partidos consecutivos que ahora encadenan sin perder con Mancini.
LA GUÍA DE LA SELECCIÓN ESPAÑOLA EN LA EUROCOPA 2020
Antes de reencontrarse con la gloria, esquiva desde cerca de una década, España ha de pagar el peaje italiano. Es el peor rival, pero surge en el mejor momento. Nunca antes, porque el efecto del set a Alemania fue muy fugaz, el equipo de Luis Enrique, especialmente en la segunda era del asturiano, había alcanzado estas cotas de confianza. Rodeados de críticas desde el kilómetro cero, el seleccionador y sus convocados han salido a flote con ratos de buen fútbol y cruciales dosis de suerte.
En las dos primeras jornadas del torneo le faltó puntería, pero en la tercera ya le empezaron a auxiliar las circunstancias. El portero eslovaco se metió el gol que abrió la lata de la manita con la que La Roja abrió la puerta de los octavos. En esa parada inicial de la fase a vida o muerte, a Croacia se le cayó por un positivo en coronavirus de última hora Perisic, uno de sus nombres de prestigio además de antiguo tormento español. Por si fuera poco, la Selección supo reponerse a la cantada de Unai Simón y a ver cómo le igualaban el 1-3 en los últimos minutos, recuperando para la causa en la prórroga a Morata, que con una diana más se convertirá en el pichichi histórico del país en la competición.
Horas después de esa alegría en Copenhague le sorprendía otra en Bucarest, donde Suiza se cargaba a la Francia de Mbappé, Benzema, Griezmann o Pogba. Por si no fuera suficiente, Xhaka, seguramente el jugador más importante de los de Petkovic, no estaría por sanción en San Petersburgo. En el Gazprom Arena un tanto de rebote de Jordi Alba acabaría valiendo para una prórroga en la que no alcanzó con un baile de balón muy fino. El héroe no iba a ser el que metiera el gol, sino quien lo evitara, Unai Simón, que paró dos penaltis en la tanda.
Tras superar una prórroga y esa tanda, dos conquistas que se pueden canjear por años de experiencia, España aterrizó ayer en Inglaterra, de donde procedía el 42% de los convocados cuando Luis Enrique ofreció la lista en mayo. Dijo ayer el asturiano que trabaja con Joaquín Valdés, el psicólogo, en evitar la sobreexitación. Es una gran estrategia para un grupo que se ha cansado de repetir, al principio sin que nadie lo tomara excesivamente en serio, que aspiraba a todo. Los veranos están para soñar y España, nueve años más tarde, en la semifinal de un gran torneo.
En Italia no comenzaron con el resto el entrenamiento previo Bonucci y Chiellini, los guardianes del área. Luego se unieron a los compañeros, pero alguno se podría caer del once. En España la duda es quién acompañará a Laporte y sustituirá al lesionado Sarabia, muy destacado hasta aquí. No hay nada que alivie un dolor como la felicidad, aunque para disfrutarla haya que pasar por encima de una selección que te mete el primero con el himno. En una noche grande, como Wembley de testigo, la Selección ya sabe que tendrá que remontar la puesta en escena, aunque lo que manda es la pelota.
