En Nesyri Lopetegui SevillaGetty Images

Ni el Sevilla se rinde, ni el silencio es olvido

Qué remontada del Sevilla. Otra noche histórica en Europa, un partido de esos en los que nunca se rinde a pesar de que le faltó el motor de Nervión. Sin su gente en cuerpo pero quizás sí en alma, el equipo de la Casta y el Coraje, el equipo de Lopetegui le hizo el mejor homenaje posible a los valores de la afición que ahora les ve y anima desde sus salones.

Fue la primera vez desde marzo de 2020 que asistía a un estadio, la primera en el fútbol del coronavirus. Todo es muy distinto. El protocolo te hace sentirte seguro en todo momento pero lo cierto es que la nostalgia te invade el cuerpo cada vez que usas el dispensador de gel hidroalcohólico y compruebas que la única banda sonora del partido es tu teclado. Te sientes privilegiado por mucho de lo que ves y escuchas pero el silencio te hiela el alma.

En siete años asistiendo al Ramón Sánchez-Pizjuán prácticamente cada semana, uno aprende a interpretar los sonidos de la grada. Por la forma en la que canta sabe cómo está jugando el Sevilla, por la canción sabe lo que demanda el partido, si el Sevilla busca una remontada o defiende una ventaja. Ahora, el fútbol suena distinto en Nervión, los Biris son Lopetegui y sus suplentes y hasta se pueden escuchar las campanas de la cercana Parroquia de la Concepción, un sonido que en casi una década nunca había escuchado desde dentro del Sánchez-Pizjuán. El nuevo fútbol.

El fútbol a puerta vacía suena como el de Tercera o Segunda Regional. Te reconcilia con la idea de que es el mismo deporte pero con menos focos. El silencio democratiza el fútbol, la Champions suena igual que la Segunda B. Sientes la pelota correr por el césped, el dolor por una patada, la indignación por una protesta. Es un metrónomo, tac, tac, tac, se escucha al compás de los pases de los jugadores. Lopetegui no para de corregir y animar. Es como un padre, a veces esperas que ante un fallo se enfade y no lo hace para no mermar la confianza del jugador. El vasco es la voz de la conciencia de sus jugadores, "Lucas, Lucas" no paraba de repetir para que Ocampos no perdiera su espalda cuando jugó de lateral. Escuchas a Navas pedir el balón con vehemencia y entiendes cómo el chico tímido de Los Palacios se transforma en el campo en un animal competitivo.

Las paradas del rival ya no suenan a "uy", suenan como una palmada seca y una ilusión que se va. En la polémica no hay pitos, ni silencio expectante esperando al VAR. Ocampos chilla desesperado "es penalti" como los sevillistas lo hacían en su salón. Cada grito es trascendente, cada "Vamos Sevilla" del banquillo tiene ahora que ejercer como un cántico del Gol Norte. Hasta la megafonía parece sonar más bajo al no estar amplificada por el run run de la gente, suena el himno de la Champions pero ni se mueve la lona del centro del campo. Es una maravilla tener partidos en los tiempos que corren pero al mirar la grada vacía sólo puedes sentir añoranza.

El del Krasnodar fue uno de esos partidos que yo denomino de psiquiátrico en el Sánchez-Pizjuán. Lo he visto muchas veces, una mala primera parte con remontada final a pesar de todas las adversidades. La grada habría pitado al descanso pero pronto se habría puesto el mono de trabajo para rugir en busca de los tres puntos. El 2-2 habría supuesto la reconciliación definitiva. 25 minutos para ir a una a por la victoria. Con el 3-2 de En Nesyri se habría caído definitivamente, habría habido manos en la cabeza, abrazos de gol, bufandas al viento, miradas al cielo. Y a partir de ahí la afición no habría parado de cantar y pitar para amedrentar a los rusos. Sólo había silencio. Palmas, toques de balón, correcciones a voz en grito. Una remontada en silencio. Quizás aún tiene más mérito hacerlo así, sin tu gente pero para tu gente. Un homenaje a los que esperan poder volver a llevarte en volandas. Lopetegui y sus chicos repiten que sienten el apoyo de la afición en la distancia y no me atrevería a decir que no es verdad.

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