Al-Owairan

El Maradona prohibido

En el país en el que las mujeres no tenían permiso para manejar o votar. En el lugar en el que el alcohol prácticamente no existía. En el Estado aleccionador. En un lugar de puertas cerradas y cortinas impenetrables. En la casa del Islam.

Él cerró los ojos y se dejó llevar, impulsado por el trago amargo de lo prohibido, de las alas que se cortan. En 1996, en una concentración de la Selección de Arabia Saudita en El Cairo, fue visto por el Cuerpo Policial de la Policía Moral Saudí en un club nocturno con mujeres mientras consumía alcohol. Seis meses de cárcel y un año sin jugar al fútbol por "conducta no musulmana". 

Dos años atrás, en el Mundial Estados Unidos 1994, Saeed Ali Al-Owairan, delantero rápido, de buena técnica, había marcado uno de los goles más impresionantes de la historia. Agarró la pelota bastante atrás de mitad de la cancha y recorrió 65 metros dejando jugadores de Bélgica atrás, en lo que terminó siendo victoria por 2 a 1 de su equipo para terminar consiguiendo el pasaje a los octavos de final. 

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Al-Owairan era un jugador de calle, de inicio humilde. De hacerse en los 'potreros', en un país que se encaminaba a la riqueza del petróleo. Su gol ante Bélgica fue una carta de presentación a ante el mundo, porque él ya era el mejor jugador de su país, considerado el Maradona árabe. Esa corrida, sin embargo, despedazó los límites.

Con la corrida, casi sin darse cuenta, Al-Owairan rompió un par de cadenas. La Selección de Arabia Saudita era un reflejo de la monarquía absolutista que aún hoy gobierna el país. El Rey de ese momento, Fahd bin Abdulaziz, jugaba a ser el dueño del balón. 

De hecho, el entrenador que clasificó al equipo a su primer Mundial de la historia, el brasileño Candinho, renunció porque no aceptó las imposiciones. Algo parecido ocurrió con Leo Beenhakker, el entrenador interino. Quien terminó agarrando el mando fue el argentino Jorge Solari, que había dirigido a Maradona en Newell 's un año antes. 

Cuando Al-Owairan regresó a su país tras el Mundial fue recibido como un gran ídolo. Todos hablaban de él y su gol. La secuencia se repetía una y otra vez. Su figura se asoció a las marcas más importantes. Era la primera vez que un jugador de Arabia Saudita generaba curiosidad en el mundo. El Rey le regaló un Roll Royce. Lo cubrieron de oro. 

Le llegaron varias ofertas de clubes europeos pero el régimen no permitía que sus jugadores se fueran al exterior. A los 27 años, Al-Owairan era un preso deportivo. Y no lo iba a tolerar.

Se fue de vacaciones a Marruecos sin permiso. Lo multaron. Se perdió la Copa Asia de 1996 que su Selección ganó. Volvió al Mundial 1998 tras el llamado del brasileño Carlos Alberto Parreira por el peso de su nombre pero ya no podía sacar diferencia. El ídolo se fue apagando, ante una sociedad ultra conservadora que le dio la espalda. 

Al año siguiente, con 32 años, se retiró. Marcó 58 goles en 163 partidos para el Al-Shabab, el único equipo en el que jugó en su carrera, el club que quiso abandonar. 

Al-Owairan es comentarista de TV. Arabia Saudita, uno de los países más conservadores del mundo, explotó económicamente. Su liga, todavía lejos de ser una potencia, es una de las que más paga. Ospina, Álvaro González, Romarinho, Ever Banega son algunos de los nombres pesados del torneo local. 

Él quedó como uno de los grandes jugadores de su época que sirvió de bandera para una Selección que no dejó de participar en el Mundial desde Estados Unidos. Terminó siendo un talento sin explotar del todo. Un Maradona árabe que luchó contra los 'no' a su manera. Un jugador prohibido que quiso mucho más.

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