Afrontar un partido después de la dolorosa eliminación copera en Brasil, con baile de Atlético Mineiro incluído, abría dos caminos: River saldría herido a comerse al Lobo o aún golpeado por saber que el gran objetivo del semestre se había esfumado. Los primeros tres minutos con el gol de Suárez hacían suponer lo primero. El resto del encuentro, lo segundo.
El ciclo de Marcelo Gallardo, irreprochable desde donde se lo mire, entró en este séptimo año en un espiral de perfeccionismo. Entonces, para ganar necesita jugar cada vez mejor. Ya no alcanza con tener la pelota, con romper líneas, con llegar. Le cuesta convertir porque necesita más y más brillo. Y como no luce como en las mejores épocas, todo se hace cuesta arriba.
El dato estadístico que arrojó el final del duelo preocupa: de los últimos siete encuentros que disputó entre Torneo LPF, Copa Argentina y Libertadores, solamente ganó uno, la semana pasada contra Vélez. Y a excepción de la serie ante Atlético Mineiro, en el resto, en mayor o menor medida, tuvo la pelota y las situaciones, más o menos claras pero oportunidades al fin.
En la segunda parte en el Bosque, Gimnasia le dio sus facilidades: poca marca en el medio y desgaste físico abrieron caminos para llegar de forma directa. Y fue el ingreso del juvenil Galván el que revolucionó el ataque, generando la situación más clara que Suárez mandó a las nubes. Pero así como pudo ganarlo, quedaron espacios en el fondo que el Tripero casi aprovecha.
Sin Copa Argentina y sin Copa Libertadores, el torneo local es la última ruta hacia el certamen internacional del año próximo y mirar la tabla anual, encontrarse a solo tres puntos del último clasificado no invita a la desesperación pero sí a tener en cuenta que el domino sin efectividad se anula.