Es entendible que Marcelo Gallardo tenga cara larga. Que grite, que dé indicaciones para todos, que reclame y gesticule. Es entendible que, algún día, se ofusque y se canse de su propia creación: el equipo que domina y no golpea, que controla y no lastima, que merece pero no gana y algunas veces hasta pierde.
Ante San Lorenzo, como ocurrió ante Argentinos cuando también cayó de local, o en el empate sin goles con Racing, no supo y no pudo ganarlo. No lo perdió por el error de Enzo Pérez, algo inédito para el jugador que nunca falla, pero un día no vio que 'Uvita' Fernández podía estar en el medio de su pase a Armani. No perdió porque desbordaron a Montiel, Paulo Díaz (otra vez) cerró mal y Elías entró solo. No perdió porque Torrico, el pibe de 40 de Boedo, fue figura como en sus mejores épocas. Perdió porque le cuesta ganar.
Se le cae a Borré por ser la punta de lanza y el protagonista de los últimos meses en torno a su contrato y su posible salida en junio. Pero el colombiano juega así, a esperar, pescar y meterla. Necesita de la construcción que hoy no funcionó, ni con De La Cruz, ni con Palavecino ni con Álvarez. Así y todo, las chances las tuvo él y buena parte de sus compañeros.
Para colmo, al 9 le juega en contra la aparición rutilante de Girotti, aunque antes de su gol erró uno con el arco semi vacío y después reventó el travesaño. Pero el problema de este domingo, como ocurre prácticamente desde aquella reanudación del fútbol tras la primera ola de coronavirus, no tiene nombres propios. Por eso, los cambios no traen soluciones mágicas.
El partido ante el Ciclón, a juzgar por su lenguaje no verbal, es de esos en los que a Gallardo le hubiera gustado tener un equipo de esos llamados "pragmáticos", que no importa cómo pero llegan y convierten. Pero en la intimidad de su hogar, cuando repase el encuentro y se enfrente a su almohada, entenderá que el camino es el correcto.
