Roger MillaGetty

El baile de la improvisación, el baile de África

Nunca baja de 17° grados la temperatura en Yaoundé. Y llueve. Mucho. Diez meses al año. Por eso, las calles, casi ninguna de asfalto, se embarran mucho, se llenan de pozos, tienen demasiada agua encima. Ahí, en la capital política de Camerún, se juega descalzo. Se fortalecen los pies, entre la tierra que va sumando capas y las piedras que dejan agujeros.

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Roger Miller aprendió a jugar al fútbol en la calle, como la mayoría de los jugadores africanos, como la mayoría de los buenos jugadores. Se enfrentaba ante rivales mucho mayores. Apostaba. Se hacía duro en la dureza. Se ganó un apodo de crack: Pelé. 

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Nómade en su propio país. Su papá era empleado ferroviario y se cambiaba de una ciudad a otra todo el tiempo. Tenía el roce de las calles más pobladas de un país colonial, una mezcla de pobreza, calle y alegría africana.

La ganó de guapo. Estaba fresco. Recién había entrado. Le ganó a los centrales y definió de zurda ante Silviu Lung, el 1 de Rumania. Corrió hacia el córner derecho. Y bailó. Le salió así, casi de casualidad, como una explosión de alegría. Se llevó la mano derecha a la parte izquierda de la cadera. Y la mano izquierda a la derecha. Se movió para un lado y otro. Sonrió. Unos minutos más tarde, volvió a marcar. Camerún conseguía su segunda victoria consecutiva en el Grupo B del Mundial 1990 (ya había liquidado a la Selección argentina, en el debut) y aseguraba su pasaje a los octavos de final. Y volvió a bailar.

La secuencia se volvió a repetir en otros dos goles en ese Mundial (ante Colombia, en los octavos de final), y otro más en 1994 (ante Rusia, en la derrota por 6 a 1, por la zona de grupos). Representó uno de los festejos más recordados de la historia de los Mundiales.

"No sabía que había cámaras sobre mí. Cuando marqué ante Rumania estaba tan feliz por el equipo que me salió como si estuviera en mi casa. Me salió de manera espontánea", dijo alguna vez Roger Milla. Roger Milla, porque "Miller" no era tan africano como él quería.

Su festejo, simpático y hasta elegido por una famosa publicidad unos años más tarde, representó una idea. Entre esos movimientos, muchos lo identificaron con la danza de makossa, un tipo de música popular en las zonas urbanas de Camerún. Quizás no, pero en la cabeza de Milla, el Pelé descalzo que ahora era estrella de un Mundial con 38 años, convivía esa heterogeneidad africana, esa mezcla de culturas, ese cruce de ritmos y movimientos. 

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