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El Athletic de la Cartuja y el de 1902

Firma Lartaun de AzumendiGoal

Como seguidor del Athletic que eres, hoy es un día en el que no vas a poder quitarte esa sensación de constante comezón que ha invadido tu organismo. Nada ni nadie va a ser capaz de ahorrártela, pero al menos, durante los escasos minutos que te lleve leer estas líneas, respira hondo y distrae tu sinvivir en el texto.

El Athletic llega a la Cartuja para disputar su octava final de competición oficial en los últimos trece años. Dentro de dos semanas volverá a orillas del Guadalquivir a jugarse el trofeo de la novena. Oficio no le falta, aunque de las siete precedentes solo se haya impuesto en dos de ellas. El caso es que la batalla ante la Real, y sus arañazos, no te los ahorras por mucho que tu reciente background sea como para que no te tiemble el pulso.

A los rojiblancos les va a tocar remangarse, apretar las filas, destilar solidaridad por cada poro del cuerpo y clavar la mirada en el rival mientras refuerzan las instrucciones del técnico. Un panorama similar al que tuvieron que vivir los bilbaínos que bajo la denominación de Club Bizcaya conquistaron el trofeo en liza en el Hipódromo de la Castellana.  

Los que hoy van a batirse el cobre en Sevilla están comandados por un cuerpo técnico que encabeza Marcelino García Toral, mientras que aquellos de Madrid de hace casi 120 años no tenían entrenador. No existía en nuestro fútbol semejante figura; hacía las veces de técnico el capitán del equipo. Juanito Astorquia seleccionaba el once que habría de jugar, disputaba como uno más los partidos y aleccionaba con sus arengas a los compañeros que se jugaban la integridad física a su vera.

En un fútbol en el que no se hacían prisioneros, los miembros de los equipos no eran sino los socios del club. Los del primer equipo, en concreto, los mejores de entre todos los que pagaban la cuota anual de la entidad. Y a partir de ahí, según el desempeño que demostraran en el campo, los socios iban completando el segundo, tercero o cuarto equipos, así hasta los que fueran menester. Los primeros sportsmen de antaño se hacían copropietarios de un club deportivo fundamentalmente para jugar en sus equipos. Lo hacían para practicar el deporte que habían descubierto, para competir con los adversarios, para representar un pendón, un terruño o una idea. Pagaban por disfrutar de tal alto honor.

Aquellos socios del Athletic viajaban solos hasta Madrid para enfrentarse en el campo a los mejores, tal y como les sucede a los futbolistas que hoy tendrán enfrente a los donostiarras. Munian y el resto de leones no contarán con la presencia del aliento de socios y aficionados. Será una final silente pero los hombres de Marcelino saben que en el universo rojiblanco esperan más que nunca que sus representantes vuelvan con la Copa a casa. El miedo a perder con el vecino es una sensación que se comparte en gran medida en ambos extremos de la A-8, por pueril que pueda resultar la idea.

En 1902, las consignas salían de debajo del mostacho del líder Astorquia. Esta noche, un afeitado García y un barbudo de idéntico apellido llevarán la voz cantante en la banda y el verde, respectivamente. Bastará con que Marcelino y Raúl muestren las cicatrices de tantas batallas, para que los suyos les sigan hasta el último aliento. No tiene que resultar sencillo para el rival enfrentarse a alguien que sabes que siempre va a competir. Hoy, como en 1902, tampoco se hacen prisioneros.

Lartaun de Azumendi

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