Pep Guardiola Brescia 2001Getty

Guardiola, Baggio y un puñado de partidos para la historia


LA INTRAHISTORIA

El 6 de abril de 2010 Roberto Baggio acudió al Camp Nou para ver en acción al Barcelona campeón de todo en su camino hacia la leyenda. "Tuve la suerte de jugar con él a los treinta y un años, había pasado como siete operaciones en la rodilla, pero este es el mejor jugador con el que jugué" le espetó el entrenador a Leo Messi. El rosarino, con la tímida sonrisa que todavía exhibía a los veintiún años, le daba la mano al divin codino con la cabeza gacha, buena prueba de la admiración que sentía por Baggio a pesar de que acababa de meterle cuatro al Arsenal. Si aquel encuentro sólo apto para los más futboleros pudo producirse fue gracias a la aventura italiana de Guardiola en el Brescia.

Porque ahí acabó el de Santpedor a pesar de que anduvo muy cerca de fichar por la Juventus después de anunciar en 2001 que abandonaba el Barcelona para probarse en la Serie A, en aquellos tiempos el campeonato más potente del mundo. No es una afirmación a la ligera, pues que un equipo humilde como el Brescia gozara de uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos así lo demostraba y su presencia fue, de hecho, un reclamo a la hora de convencer a Guardiola. "Su llegada me obligó a romper la palabra dada a un futbolista por primera y última vez en mi carrera" revela en su biografía el entrenador, Carlo Mazzone, al verse forzado a recomponer el centro del campo y excluir a Federico Giunti para regalarle a la historia aquel puñado de partidos en los que Guardiola y Baggio coincidieron sobre un terreno de juego.

"A primera vista Guardiola no daba la impresión de ser el típico futbolista español de temperamento caliente, no era un latino hecho a partir de sangre y arena" sino que era más bien callado a pesar de que hasta pocos días antes había lucido el brazalete de capitán del Barcelona. Su debut se produjo en el empate ante el Chievo. Fue titular y Mazzone le mantuvo hasta el positivo por dóping, acusación de la que Guardiola sería definitivamente absuelto en 2016 pero que le privó de jugar entre finales de noviembre de 2001 y mediados de marzo de 2002.

Baggio BresciaGetty Images

Nadie en el club dudó ni por un instante de la honestidad de un tipo como Guardiola y Mazzone hasta le acompañó a Roma a testificar a su favor. El tiempo y la justicia, siempre lenta en Italia, le daría la razón y no tardaría ni un mes en recuperar el respeto de todo el calcio tras reaparecer en la victoria ante el Perugia en marzo de 2002 sin Roberto Baggio, que se recuperaba de una lesión. Cuando reapareció -ante la Fiorentina de Pedrag Mijatovic- lo hizo desde el banquillo para sustituir a Giunti. Quiso la casualidad que ese día fuera Guardiola quien lucía el brazalete de capitán y el centrocampista realizó un gesto atípico en el fútbol transalpino, acercándose a Baggio a acomodarle la capitanía en el brazo mientras calentaba en la banda.

"Muy pocos jugadores son capaces de realizar un gesto con tanta sensibilidad" reflexiona Mazzone, un personaje que dejó una huella imborrable en Guardiola y que también hacía gala de una forma de dirigirse a los jugadores muy intensa, como pocos años más tarde también haría el propio Guardiola en el Barcelona, el Bayern y el Manchester City. Pero no en aquellos tiempos. "Si tengo que mencionar a los dos jugadores más tímidos con los que he trabajado estos son Andrea Pirlo y Guardiola" recuerda Mazzone, quien además abroncó al que fuera su pupilo días antes de la final de la Champions League de 2009, la del sextete.

Porque a pesar de que Mazzone había rechazado la invitación personal de Guardiola para asistir al partido el ya técnico azulgrana, igualmente cabezota, le había comprado los billetes de avión. "Le dije que eso era de mal entrenador, que tenía que centrarse en el partido" ante un Manchester United que nada pudo hacer frente al vendaval barcelonista, que aquel año se llevó todos los títulos en juego. Mazzone fue a celebrarlo en un restaurante en Roma mientras a Guardiola le manteaban sus jugadores en el mismo césped del Olímpico de Roma para auparle en lo más alto del fútbol, de donde ya no ha bajado.

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