De más está explicar que es incomparable una Copa América con una Copa del Mundo y todo el dolor que dejó aquella final del 2014 ante Alemania solo se irá cuando Argentina levante por tercera vez el máximo trofeo. Sin embargo, cuánto olor a revancha tendrá el partido del sábado, de nuevo en el Maracaná y nada menos que ante Brasil, el histórico clásico y con el ingrediente de la semifinal de hace dos años y el por demás polémico arbitraje que perjudicó a la Albiceleste.
Los análisis futbolísticos quedan para otro momento. Porque Argentina volvió a tropezar con la misma piedra: un arranque demoledor, a puro fútbol, con un golazo de Lautaro y a partir de ahí, ceder el protagonismo, la pelota, esperar y salir de contra. Y no se trata solamente de la posesión en sí misma: porque recuperarla sin poder dormir el partido terminó siendo contraproducente una vez más y, como en Eliminatorias, Rueda ajustó un par de tuercas para llegar al empate a través del endiablado Luis Díaz.
Pese al envión del ingreso de Di María, que generó varias situaciones claras, el 1-1 no se pudo romper y llegó el momento de los penales, con la mística de hace casi siete años, con el famoso "te convertís en héroe" a Chiquito Romero, traspasado a un psicológicamente demoledor Dibu Martínez, que le "comió la cabeza" a Mina para atajarle el remate, repitió ante Davinson Sánchez y cerró la serie ante Edwin Cardona, una vez más el villano de su equipo desde los 12 pasos.
Sí, las cosas no salieron como se esperaba. Messi, tras un primer tiempo brillante nuevamente, recibió un planchazo de Fabra que lo marcó, metafórica y literalmente. El gol colombiano fue una suma de errores propios más allá del pase de Cardona a Díaz, el mediocampo tardó en hacer pie, los laterales sufrieron por demás. Pero hay partidos que se ganan con el corazón y éste fue uno de ellos. Un grupo que se transformó en un verdadero plantel, donde todos se saben complementarios de su compañero. Y un plantel que en el festejo confirmó que buena parte del periodismo, que se cansó en estos días de atacar al DT, a Chiqui Tapia y a algunos jugadores, es ese némesis necesario al cual demostrarle que, una vez más y como en aquella conferencia de prensa del 2016, no le dejarán pasar la impunidad del micrófono.