GoalA menudo me pregunto qué diríamos de Guardiola si hubiera nacido en Stuttgart. Si en vez de ser un mito del Barça hubiera crecido en el Mainz y si, en lugar de meterse en ciertos charcos, se calara una gorra de béisbol y sonriese con diplomacia. Si no mostrara esas aristas que incomodan a muchos y que provocan tantos prejuicios ajenos.
Porque lo que Pep está haciendo en Inglaterra esta temporada es hackear la Premier. Llevar la reinvención de un equipo de fútbol a otro nivel. Y en lugar de escuchar un aplauso unánime, hay quien sigue poniendo asteriscos a todo lo que consigue. Algunos continúan pensando que, en el fondo, no es más que un impostor disimulado por el talento de sus pupilos y los millones de sus jefes.
Allá por noviembre, su Manchester City parecía dar la razón a los críticos. La exfutbolista (hoy columnista) Eni Aluko llegó a proclamar el fin de ciclo, con un vestuario “aburrido” y desgastado por la “personalidad intensa” de Guardiola. Los ‘citizens’ caían hasta la mitad de la tabla, acumulaban partidos pendientes y sus duelos seguían marcados por un fragil balance defensivo en el intercambio de golpes.
Pero apareció la chistera de Pep. Y de ella surgieron un Stones mentalmente revivido (y multiplicado por Rúben Dias, el Van Dijk celeste), el “laterior” Cancelo como hombre para todo, un De Bruyne disfrazado de atacante total, un Gundogan con careta del ‘Kun’ Agüero o un Bernardo Silva que disfruta siendo maratoniano. Cerrojo en la portería y un ataque tan efervescente como siempre. Un equipo que sigue rezándole a la pelota, pero que ha aparcado posesiones estériles para ser insultantemente vertical.
Es inevitable pensar que esta nueva versión del Manchester City, que arrolla en Inglaterra, está bien calibrada para funcionar también en el formato Champions. Europa ha penalizado mucho las noches en las que Guardiola se desangraba por dos zarpazos del rival, pero sus cimientos defensivos son ahora infinitamente más sólidos.
Hablemos con los odiadores de Pep e intentemos convencerles de que se están perdiendo un entrenador de leyenda. Alguien que no sólo rompe récords sino que cambia las carreras de sus jugadores. Porque el fútbol cada día deja más claro que el mejor no es el que vence sin parar, sino el que sabe reinterpretar su baraja para mostrar trucos infinitos.
Fran Guillén




