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Boca – River, el partido que cuenta todos los partidos

Eugenio

Es fácil caer en la hipérbole y, en el fondo, de eso se trata. Apetece mucho escribir que un Boca – River en la final de la Libertadores no es un partido de fútbol, sino un tiovivo con confetis y gases mostaza. Apetece dejarse llevar por la narración de una rivalidad sin precedentes y estirarla en el papel hasta donde a uno se le ocurra, imaginando futbolistas esquizofrénicos pidiendo perdón por la derrota y futbolistas esquizofrénicos convertidos en estatuas y en grafitis, en coplas, en cántico, porque fue a ellos a los que les tocó ganar  El Partido Más Tenso del Mundo.

Es cierto que apetece decir que esta final de la Libertadores es un regalo para los que amamos el fútbol y una condena para los que aman a River o a Boca . Porque de esto va la cosa (es todo un juego de taxistas obsesionados): se trata no de imaginar una victoria, sino de escapar de una derrota que será inolvidable y se trasmitirá, como el gen de la calvicie, de padres a hijos.

¿Importa el Boca vs. River afuera de Argentina?

Los que no somos de Buenos Aires, pero la hemos recorrido con cierto fervor porteño, también en las páginas de Borges o Bioy o Roberto Arlt, sabemos que ese encuentro de fútbol es una combinación de estados de ánimo que convierten las pasiones en una especie de ensoñación histórica: caen papelitos al pasto, Maradona tiene la cabeza pintada de azul y amarillo, Francescoli se eleva como un ángel gris, haciendo una chilena que tenía la capacidad de explotar, y cuya ejecución bien podría ser un personaje total de Alejandro Dolina, el Ángel Gris, la mismísima memoria levítica de Buenos Aires.

En Buenos Aires uno comprende que una librería es en realidad un teatro, como nos muestra el Ateneo Splendid. En el Parque Chas sucede que todos estamos condenados a ser parte de la invención de una ciudad eterna y canalla y vital. Y el fútbol (especialmente este partido lleno de torrentes) es el personaje principal de la ciudad, porque el futbol encierra y trasciende todos los mitos de Buenos Aires, sus barrios y sus pérdidas. Sus tejados. Sus boliches. Como un tango, sí, pero más que eso, como un libro interminable y autorreferencial que saben leer hasta los ciegos.

La final Boca-River, ya lo avisó el presidente Macri, no dejará dormir a nadie durante 20 años. Argentina llevará mal ese insomnio en esta nueva fase de la crisis interminable, mientras en Europa nos moriremos de envidia . Porque nuestros equipos no tienen disfraces tan originales y porque sus nombres no suenan como si los hubiera inventado Cortázar.

Quiero que gane Boca por Alejando Senestrari, mi compañero de fatigas en Rusia, quien desconsolado enseñaba la remera azul con la franja amarilla a los brasileños que reían y restregaban la eliminación de Argentina y de Messi. Se vengaba de la afrenta nacional reclamando sus colores, aunque tal vez algo más: reclamaba su propia narración. Aunque también quiero que gane River porque con Álvaro Barros he comprendido todo este quilombo. Ha sido mi guía porteño y mi psicólogo erudito, millonario él, firme y ético, como salido de un renglón de un verso de Girondo.

Cómo ver el Boca vs. River en España

Pero sobre todo quiero ver ese partido porque no me puedo quitar de la cabeza la crónica que escribió en El Gráfico Héctor Onésime cuando Argentina ganó el Mundial en Buenos Aires en 1978. “Levanté mi puño derecho. Me volví a sentir a pibe. Lloré. Me abracé con amigos y desconocidos. Temblé. Grité. Sentía orgullo, miedo y pena. Miré el cielo. Cerré los ojos. (…) Pero en Argentina no funciona Ardiles. Su conductor natural y habitual. No sé si en Ardiles quedan resabios de su lesión. (…) Kempes, jugador inmenso con destino heroico, convierte el segundo. Más tarde Bertoni. La fiereza de Holanda se ve aturdida. (…) Quiero escribir esta noche la nota más linda. Sé que no podré. Que la ideas me huyen, que las teclas me agradecen, que la fantasía se esconde. Odio mi mediocridad. (…) Argentina campeón del mundo. Gracias por hacerme sentir pibe otra vez. Ya no grito, ni tiemblo ni lloro. Cierro los ojos. Creo que vi a Dios.”

Era esto, ¿ven? De esto se trataba. De un enfrentamiento entre hermanos, Caínes y Abeles por todas partes. De esto se trataba. De la ciudad de Buenos Aires y sus mitos. De Héctor Onésime. De Diego. De Francescoli. De los millonarios. De la Boca. De la pelota manchada y de la pelota que nunca se mancha.

Sí, creo que todos veremos a Dios. Aunque todavía no sabemos qué pijama vestirá.

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