Amistosos internacionales contra rivales de jerarquía. Probarse contra selecciones de verdad, contra grandes en serio, contra potencias de su mismo tamaño. Ni Singapur ni Rusia ni Nigeria. ¿Para qué? Argentina quería ver para qué estaba y España no tuvo piedad para demostrárselo.
La imagen del primer tiempo fue digna . La propuesta argentina merecía una mejor recompensa que el 1-2 parcial; sin embargo, invitaba a pensar que en el segundo tiempo el trámite podía equilibrarse. Al menos, en ese lapso, fue un equipo serio. En la jugada de pizarrón que no pudo concretar Higuaín traslució parte de lo que pretende el cuerpo técnico.
Romero y Caballero aprobaron en el juego por abajo, los laterales -sobre todo Tagliafico- hicieron su trabajo defensivo y trataron de desdoblarse en ataque. Hubo circulación, movilidad, carácter y la posesión fue 50 y 50 . Preocupó, en cambio, lo hecho por Rojo en la zaga y el tándem Mascherano-Biglia fue incapaz de complicarle la noche a un extraordinario Isco, un inagotable Iniesta y un picante Asensio. La rebeldía de Meza y Lo Celso contrastó, por un ratito, con la anemia de Banega.
Los segundos 45 fueron un desastre conceptual y futbolístico para los de Sampaoli. Su equipo quedó de rodillas ante el fútbol pleno del equipo de Lopetegui y sus ambiciones, absolutamente supeditadas a un jugador único e insistituible.
No hubo caso. España hizo un partido perfecto: pateó seis y festejó seis . Lección de fútbol y contundencia. No hay mejor exponente de fútbol artesanal que esta Roja tallada.
La única forma de amortiguar este papelón histórico e humillante es mirar al palco y ver a Lionel Messi rumiando bronca. Las bajas de Di María y Agüero son relevantes pero no alteran la ecuación.
Sin él, la foto del trofeo de la Copa del Mundo no tendrá argentinos ni siquiera mirándola. Argentina quería saber su altura y veredicto fue doloroso.
