Nacido en São José dos Campos, en el interior de São Paulo, Yuri Alberto descubrió su pasión por el fútbol desde muy pequeño. Su mayor inspiración fue su padre, Carlos Alberto, a quien solía observar en partidos de aficionados. Además de ser su ejemplo, el patriarca se convirtió en su primer entrenador, insistiendo en que el joven Yuri —diestro natural— perfeccionara también su definición con la pierna izquierda.
Esa capacidad para anotar con ambos pies, sumada a una notable conciencia corporal, dejaba claro que el chico tenía el potencial para cumplir su sueño de convertirse en profesional. Y lo haría en una de las canteras más prestigiosas del mundo: la de Santos.
Se unió a Vila Belmiro en 2013, el mismo año en que Neymar partió rumbo al Barcelona. Se mudó con su madre y hermanas a la Baixada Santista, más cerca de las instalaciones del club, mientras su padre trabajaba a kilómetros de distancia para sostener el sueño de su hijo. Hoy resulta evidente que aquellos sacrificios valieron la pena. En la academia juvenil del Peixe, donde compartió vestuario con Rodrygo, Yuri destacó por su capacidad goleadora e incluso despertó el interés de gigantes como Arsenal y Manchester United. Sin embargo, transformar ese talento en actuaciones constantes a nivel profesional sería un reto mucho más complicado.
Promovido al primer equipo en 2017, con solo 16 años, debutó con Santos e ingresó en un grupo de élite: únicamente Coutinho, Pelé, Gabriel y Edu habían jugado en el equipo principal a una edad más temprana. Pero los goles que marcaba con naturalidad en las divisiones menores no llegaron en la misma medida en la máxima categoría. Con cada vez menos oportunidades y un club inmerso en la inestabilidad y los cambios de técnicos, Yuri vivió una etapa de altibajos entre el fútbol juvenil y el profesional. Cuando su contrato entraba en su recta final, la conclusión era inevitable: necesitaba un cambio de rumbo.