En el descanso, Rodrigo De Paul corrió al vestuario de Lionel Messi. Allí estaba Messi: relajado, decepcionado, pero seguro. Mientras tanto, De Paul y el Inter de Miami, las Garzas, estaban al borde del pánico. Messi había salido lesionado al minuto 11 del partido de Leagues Cup contra Necaxa.
Pudo caminar sin ayuda, pero la incertidumbre sobre su estado era palpable.
“Ni siquiera puedo describir cómo me sentí al verlo caer así. Todos saben que no es solo un jugador, es el alma del equipo, el alma de todo el fútbol”, confesó De Paul tras el encuentro.
En el vestuario, Messi calmó los ánimos. No había desgarrón ni ruptura; solo un tirón, lo que Javier Mascherano describió como “molestia”. Aun así, el miedo existencial de De Paul reflejaba un riesgo real para Miami: Messi tiene 38 años y es probable que se pierda algunos partidos.
El miércoles, Messi entrenó con sus compañeros en una sesión abierta a los medios, dejando claro que su regreso está cerca tras perderse dos encuentros por la lesión muscular sufrida contra Necaxa. Podría reaparecer ya el sábado frente al LA Galaxy, aunque Mascherano ha enfatizado que no hay prisa: el objetivo es tenerlo completamente en forma para el duelo de cuartos de final de la Leagues Cup contra Tigres el miércoles.
Ese es precisamente el punto. Esos momentos en los que se desploma y no puede levantarse con la misma explosividad serán cada vez más frecuentes. El ocho veces ganador del Balón de Oro necesita protección más que nunca, o las esperanzas de título de Miami podrían venirse abajo.






