Llenar nuestro Salón de la Fama con los futbolistas más icónicos de todos los tiempos supone una elección compleja: se trata de decidir entre las estrellas que han iluminado el universo del fútbol a lo largo de sus aproximadamente 150 años de historia. Y así, sin restarle méritos a otras leyendas del pasado, hemos optado por comenzar con el ícono que marcó el final del milenio y dio paso a una nueva era: Ronaldo.
La carrera de Ronaldo tiene un rasgo distintivo que la hace única: cualquier amante del fútbol —incluso los menos fervorosos— puede evocar al instante las postales más emblemáticas de su recorrido como profesional.
El gol increíble en la final de Montecarlo contra la Lazio, el eslalon entre defensas del Compostela, la Copa del Mundo levantada con un peinado inolvidable... pero también el crujido de su rodilla en el Olímpico de Roma y la tristemente célebre imagen en la escalerilla del avión que devolvió a la Seleçao tras Francia '98. Cinco escenas, las primeras que acuden a la memoria, de una trayectoria repleta de momentos épicos, inolvidables y, sobre todo, icónicos.
Porque Ronaldo, quizás incluso antes de ser el coloso del balón que fue, ya era un ícono. Un símbolo de un fútbol que cambió de rostro en cuestión de segundos, que se transformó tanto en el aspecto técnico y atlético como en el plano económico. Una metamorfosis que, en parte, estuvo guiada por aquel chico criado en Bento Ribeiro, entre calles de polvo y sueños.



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