Incluso Sergio Busquets cometió errores. Fue a mitad del segundo tiempo en el duelo entre Inter Miami y Orlando City, el domingo por la noche, cuando las Garzas comenzaron a lucir desesperados. Lionel Messi abusaba del balón. Luis Suárez —que ya no tiene la explosividad de antes— intentaba driblar a todos. Jordi Alba levantaba los brazos con frustración por no recibir el pase.
Pero lo más llamativo fue ver a Busquets fallar en lo que mejor sabe hacer: pasar. El legendario mediocampista giró, avanzó unos metros y buscó conectar con Messi con uno de esos pases milimétricos que ha ejecutado cientos —quizá miles— de veces en su carrera. Esta vez, el balón fue directo a los pies de un defensor de Orlando.
Fue un momento que simboliza el presente de Miami: el caos. Todo es demasiado acelerado, demasiado desordenado. Un equipo que se define por el control, ha perdido precisamente eso. Una victoria en sus últimos siete partidos es preocupante. Y ser goleado 3-0 por tu máximo rival, en casa, lo resume todo.
En las redes sociales, ya hay quienes —desde sus trincheras digitales— empiezan a pedir la salida de Javier Mascherano. Es, en parte, el ciclo natural del deporte: cuando las cosas no salen bien, el técnico es el primero en ser señalado. Pero cambiar de entrenador ahora sería un error. Miami atraviesa una mala racha, sí, pero tiene el talento suficiente para revertirla desde el campo… y los recursos para reforzarse en el mercado si la situación se agrava.
Sin embargo, lo que sí ha quedado claro en las últimas semanas es la inexperiencia de Mascherano desde el banquillo. En momentos como este, un equipo necesita liderazgo táctico, ajustes, capacidad de reacción. Hoy, el argentino parece más un amigo complaciente de sus estrellas que un estratega con autocrítica. Confía en que el talento del plantel será suficiente para salir adelante, en lugar de hacer una evaluación honesta del equipo y tomar decisiones correctivas.





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