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El bolero del Sevilla: alma, corazón y vida

El maestro Araújo, que si fuera un bolero sería alma, corazón y vida del Antiguo Testamento del fútbol, es ejemplo viviente de sevillanía. Nadie como él ha vivido, sentido, reído y sufrido con la familia roja y blanca del Sánchez Pizjuán. En su condición de autoridad moral para descifrar los latidos de Nervión, pulidos en ambición y exigencia, el maestro suele repetir que, cada cierto tiempo, el público cambia la pasión por la histeria y la memoria por la desconfianza. Para construir una casa siempre faltan manos. Para destruirla a martillazos, sobran voluntades y martillos. En mitad de la época más dorada de su historia, las aguas bajan revueltas por Nervión y el personal, que tiene derecho a exigir porque es el motor del club, desfila por el abrupto camino de la duda y la crítica. El caldo de cultivo está ahí. La venta de Diego Carlos, la posterior de Koundé -vistas las cifras habría sido irresponsable no aceptarla-, los fichajes que no llegan, el informe 'Legends', la política de abonos, el bochorno en un bolo de verano, las peticiones de Lopetegui y la alargada sombra de Del Nido están sirviendo para que el personal, lejos de confiar en los que le han instalado en la gloria, se hayan echado al monte para inundar de pesimismo un club que, por más que se repita lo contrario, roza su techo de excelencia, en lo deportivo y lo económico.

Bien parece que el aficionado sea ambicioso, porque esa es la divisa del club. Bien está que el hincha se enfurezca cuando el equipo se olvida de su lema y se rinde en un amistoso. No sobra que la gente reclame fichajes. Tampoco que se pronuncien si creen que la política de abonos del club no es la mejor. Incluso puede comprenderse que haya quien, desde la comodidad de su sofá, crea que puede vender y comprar mejor que Monchi, que no es perfecto, pero que estos años, sin duda, lo ha parecido. Ahora bien, una cosa es ambicionar, alertar, criticar o exigir y otra, bien distinta, es pretender talar la carne del presidente, del director deportivo, del entrenador y de los jugadores antes siquiera de haber comenzado la temporada. El Sevilla no está arruinado, ni está en Segunda, ni está a verlas venir, ni tiene una plantilla deteriorada, ni está en crisis, ni se vende (por más que algunos insistan), ni es aquel club destartalado que veía la Champions por TV y sufría para quedarse en Primera. Al contrario. El Sevilla, por más que moleste y por mucho que algunos pataleen, tiene un presente extraordinario. Se ha hecho un hueco entre los grandes a codazos, ha levantado un rosario de títulos, ha contratado los mejores jugadores que su dinero podía pagar y se ha ganado el respeto de Europa porque cada vez que olía título, besaba plata. Es posible que el Sevilla esté cometiendo errores. Siempre se puede mejorar. Siempre. Sin embargo, desde la distancia, uno aprecia que el maestro Araújo no se equivoca. Que quien olvida la historia, se condena a repetirla. Que mientras muchos empujan para construir un club histórico, otros se empeñan en querere convertirle en un club histérico. Una cosa es la exigencia y otra, desatar la histeria.

El Sevilla, por más pataletas, intereses mediáticos y críticos de sofá que le esperan con la escopeta recortada, está donde debe estar. En la elite europea, con unas cuentas saneadas, disputando la Champions por tercer año consecutivo, con una plantilla notable para estar entre los cuatro primeros y con la ilusión intacta por volver a sacar brillo de un modelo que debería estudiarse en las universidades de EEUU, no como el de Bartomeu. Este club ha vivido y competido, durante la última década, sin miedo alguno a vender. Compra barato, vende caro y sigue creciendo. Lo hace, por más que muchos se irriten, siendo fiel a sus principios, sin quemar el dinero ajeno, teniendo menos ingresos que otros clubes y sacando petróleo de recursos que no son infinitos, porque en Sevilla no hay jeques de moda ni palancas que valgan. Autocrítica, toda. Histeria, ninguna. Y si alguien tiene alguna duda del futuro del club, que se acuerde del maestro Araújo. Él sí sabe qué era el Sevilla y en qué se ha convertido ese club, cuando ni los más optimistas soñaban con vivir lo vivido. Hay quien ya celebra el presunto descalabro sevillista. Para los que han puesto a enfriar el champán, un humilde consejo. Paciencia, porque ese club va a seguir combatiendo sus demonios interiores. Nadie vive del pasado, pero quien olvida la historia está condenado a repetirla. A los que se bajan del barco antes de zarpar, un humilde consejo: sevillanía, alma, corazón y vida.

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