Desesperación, impotencia, incredulidad... Muchas son las sensaciones con las que se puede definir el actual momento del Valencia, pero una de ellas prevalece por encima de todas, el miedo. El miedo a lo desconocido, a verte en un escenario que ni el que los más agoreros del lugar podían imaginar. El miedo a caer y no levantarte y tampoco a encontrar unos brazos que te puedan sujetar en esa caída. El miedo a un futuro en el que no hay futuro. El miedo, esa respuesta que nos alerta ante un peligro, es lo que vive ahora el valencianismo.
La derrota en Getafe deja a un equipo más hundido en la tabla y al que el fuego del infierno cada vez acecha con más fuerza. Un duelo ante un rival directo, el partido marcado en rojo para cambiar la dinámica y ser punto de inflexión, ha multiplicado por mil las muchísimas dudas que había ya en ese equipo y esa afición.
A pesar de las muchas alertas previas, uno nunca está preparado para ver a un grande como el Valencia acariciar con los dedos el abismo. Nunca te acostumbras a que tu equipo luche por evitar el descenso, a pesar de convivir con ello temporada tras temporada. Es la sensación más angustiosa que hay y les aseguro que el que aquí escribe tiene un máster en la materia.
GettyPor eso, cuando es a un equipo histórico el que le sucede, todo se multiplica. La angustia y, por supuesto, el miedo. El Valencia está en esta situación como resultado de hacer muchas cosas mal y poquísimas bien durante los últimos años. Cada ejercicio futbolístico desde 2019 ha sido una palada de tierra sobre el futuro de la entidad y ahora lo que se empieza a agotar es el tiempo, aunque por suerte lo hay para revertir la situación.
Quedan 16 jornadas. 16 finales en las que el Valencia y el valencianismo deben vencer a ese mal compañero llamado miedo. Una vez terminada la temporada será momento de juzgar y decirles con más fuerza todavía que se vayan, pero ahora el objetivo único está más que claro. El Valencia no puede caer.
No hay medicina para el miedo, pero con miedo también se puede vencer.