Cuando un equipo genera más de diez situaciones de gol en 90 minutos, la impotencia le gana a la desesperación. Ni una ni otra redundan en nada positivo, pero invitan a creer que la suerte cambiará. Hoy, esa suerte está en manos de los rivales de una Argentina que no pudo ganarle, de local y con todas sus estrellas, al último de la tabla.
La Argentina de Sampaoli, como aquella de Bielsa hace 15 años, ataca con desquicio y obstinación. Aquella vez ante Suecia, el día que la Selección se fue en primera ronda de Corea-Japón, la pelota no quiso entrar, salvo en ese rebote de Crespo tras el penal de Ortega.
La diferencia de Sampa con Bielsa es que el ahora DT del Lille pecaba de rígido, pero no de innovador. Heladera en la cocina, la ducha en el baño y la cama en el cuarto. Sampaoli y sus elecciones con escaso margen de error rifan el futuro albiceleste.
Acosta, de intenso primer tiempo, arrancó eléctrico en ofensiva con su habitual velocidad y siempre solidario en la recuperación, pero terminó quedando expuesto, como Acuña en Uruguay, cuando le tocó mantener ese ritmo en la segunda parte asumiendo tareas defensivas. Positiva la apuesta del DT por el Laucha, que debe animarse, también, a arriesgar con pelota al pie.
Lo mejor de Argentina estuvo en la banda izquierda, primero con el cuestionado Di María y después con la entrada del Huevo Acuña. El ex Racing padeció jugar con el perfil cambiado en el Centenario y esta vez tuvo su chance en su zona de confort a raíz de una contingencia (la lesión de Fideo).
El Huevo se redimió y, en una de esas, hasta alecciona a su entrenador de cara a lo que viene.
Argentina sigue sin convertir. El gol propiciado por Acuña, paradójicamente, fue en contra de Feltscher.
La angustia, a esta altura, se condensa con la impotencia y la desesperación. Argentina necesita recalcular las bases y dejar los garabatos de ingenio para después.
