Maradona Mundial 94. GreciaGetty

Un abrigo para los desabrigados

Juan Manuel Lopez banner

Debe haber un error. Chequeamos una y otra vez, pero no lo encontramos aún. Ya sabemos que el desenlace fue confirmado por los médicos, por sus familiares y por todos los medios de comunicación del mundo (dicen que apareciste en, por lo menos, 144 portadas). También es cierto que hubo incontables homenajes en todo el planeta (¡qué lindo fue el de Messi!) y que su cuerpo estuvo en la Casa Rosada para ser despedido por millones de fanáticos que le rindieron –una vez más- ese tributo incondicional. Sin embargo, las mentes no quieren creer porque él nos enseñó a fabricar ilusiones. Algo debe estar mal, entonces. A pesar de que ya pasaron dos años de la noticia, todavía esperamos que sea mentira. Que sea una fake news, como se escribe en este siglo de redes sociales. Esperamos una gambeta más, Diego. Soñamos que pases entre dos nubes, esquives a una tercera, le metas un caño a San Pedro, le devuelvas la mano a Dios, protestes contra un ángel por alguna injusticia y regreses con nosotros.

Si lograste más de una vez que caiga el norte de la Italia rica, ¿por qué no otro milagro? Si fuiste un arquitecto de imposibles, ¿por qué no bajas un ratito para generarnos otra sonrisa en este año de Mundial? Como hiciste en las décadas del 80 y 90, creando felicidad en los hogares que no tenían los platos llenos. Con tu magia, aunque sea por un ratito, se esfumaba cualquier condición adversa. Gracias a tu zurda, el desempleo dolía un poquito menos cuando se te podía ver en la pantalla de un televisor prestado. Eras un repartidor de alegrías en épocas de tristezas. El superhéroe de varias generaciones que no querían a Superman, a Batman o al que sea porque ya tenían al Pelusa. Y ese loco admirado, con sus gestos, con sus formas, con sus contradicciones y con su vocabulario, se parecía mucho al admirador. Eran del mismo barro.

Maradona SiriaMuhammad Haj Kadour / AFP

Dale, Diego. Si fuiste el abrigo de los desabrigados. Qué te cuesta una caricia más, aunque sea chiquita. Si en los últimos casi cuarenta años fuiste capaz de agregarle un apellido al país porque decir “Argentina” en Japón, Siria, Jamaica, Etiopía o en cualquier otra parte del mundo tuvo casi siempre como respuesta inmediata un “ah, Maradona”. Si te llevaron mil veces a la estratósfera, pero siempre te las ingeniabas para volver al pueblo y ubicarte del lado del pueblo. Si lograste aparecer simultáneamente en todas las escuelas argentinas, ya que en los recreos se jugaba a ser Dieguito Maradona, a ser el 10, con una pelota de plástico, con un cartón en formato redondo o con una media enrollada.

Capaz la noticia de tu muerte, esta vez, es cierta. Y habrá que recurrir a la razón que nos supiste quitar para entenderla. Habrá que explicarles este amor a todos los jueces que te juzgan, como si los amores se pudieran explicar. El consuelo –si es que existe- nacerá otra vez del corazón: hasta cerrando los ojos se te verá gambetear y se generará así una automática satisfacción.

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