Gio Simeone Argentina Guatemala 08092018Getty Images

Gio Simeone desafía la historia de su padre

Giovanni Simeone tenía apenas dos años cuando a su papá empezaron a corearlo en el San Siro. Había nacido en Madrid, en esos gajes biográficos que ocurren en las carreras de los futbolistas. Su papá, un futbolista tan conductor que de niño había dirigido hasta la orquesta de instrumentos de su escuela, era lo que en el rock, en Argentina, decían de la banda Sumo: “Por donde pasa, el pasto no vuelve a crecer” . Por eso, el Cholo, devenido en uno de los grandes entrenadores del momento, es admirado en todos lados. Aunque esté por generar una traición familiar: su hijo mayor, el que festeja goles en Fiorentina, es mirado por Milan desde su enorme semestre en Genoa , donde hasta le marcó tantos al imbatible Juventus.

Y en la Selección argentina, donde el exvolante central fue capitán y es el quinto jugador con más presencias con 108 (fue líder del rubro hasta que Ayala lo superó en el 2007), también comenzó a escribir su historia. Lionel Scaloni lo puso como titular en el primer amistoso luego del fracaso en Rusia y la respuesta fue un gol ante Guatemala

Pero a Gio no le gusta Sumo: en su auto, iba y venía a los entrenamientos de River escuchando los Red Hot Chili Peppers. Aunque el fútbol es su ADN, Simeone crió a sus hijos estimulando su intelecto. Un día, al entrenador del Atlético se le ocurrió que quería que leyeran y les regaló la biblioteca completa de Harry Potter. Cosa que vieran magos y no sólo pelotas porque, sobre eso, no hay discusión: el fanatismo que sus hijos tienen por la pelota y por el juego es impresionante.

El artículo sigue a continuación

No son épocas en Argentina en que los juveniles, pese a jugar al fútbol, miren fútbol. No es el fuerte de la preparación el vicio por el entendimiento. El día en que Atlético Madrid jugó su primera final de Champions contra Real Madrid, Simeone hijo viajó con River a jugar una Superfinal a San Luis contra San Lorenzo. No iba a poder viajar a Europa a ver el partido. Aún así, en el avión desde Buenos Aires a la ciudad puntana, mientras el mundo miraba con fascinación a Fernando Cavenaghi, él explicaba todos los detalles de lo que podía ocurrir: “Arda hará esto, Gabi debiera presionar acá, dependemos de poder saltear tal línea” . Un poco por el amor a su papá y otro poco por la obsesión al juego lo entendía todo.

Haber mamado el fútbol europeo de chico lo enamoró de la Champions League, al punto que se la tatuó en un brazo. Es el sueño de su vida: ganarla. Se dibujó esa tinta en el cuerpo a los 14 años, luego de ver a Samuel Eto’o festejando el gol que le permitió a Pep Guardiola ganar su primera Champions en Barcelona. Podría pensarse, también, como una traición ideológica a su padre, pero el joven Simeone toma distintas cosas: “Prefiero el tiki tiki al cuchillo entre los dientes. Pero admiro de él la entrega total”.

Giovanni dice que extraña a su padre. Que se fue cuando él tenía 16 años y le hace falta. Hablan por teléfono constantemente. Se copiaron una cábala: al principio, en Madrid, el Cholo lo llamaba siempre antes de los partidos para contarle cómo estaba el clima del Vicente Calderón. Ahora él hace lo mismo: para bajar las ansiedades, antes de jugar se comunica con su padre, con quien, asegura, se habla el 70% de fútbol y el otro 30% de otros temas.

La dinastía de los Simeone es larga. Gio es, apenas, el primero de tres hijos que juegan muy bien. Gianluca, el del medio, actúa en Unión La Calera, de Chile. Muchos dicen que Giuliano, el tercero, es el que más talento tiene de todos. La historia, aún así, comienza con el abuelo, quien dirige un equipo amateur en el club GEBA. La diferencia de Giovanni con los hermanos es que vio jugar a su padre: todavía recuerda el gol del Cholo contra Rosario Central, vistiendo la camiseta de Racing.

Pero la historia ya es otra. Sin renegar del apellido, Giovanni llegó a Italia para pisar fuerte. Tras su paso por Banfield con Matías Almeyda como entrenador, apareció en Genoa y se destaca ahora en Fiorentina. Mientras tanto, en la Selección argentina también ya demostró su principal virtud. Quién sabe si la historia juntará alguna vez en el mismo equipo o justamente en el combinado nacional al padre y al hijo. En ese caso, volverán a verse. En dos bandos diferentes. Quizás, incluso, viviendo juntos.

Anuncios