Qué necesario era un triunfo ante River en un mano a mano para Boca. Una deuda pendiente que lleva siete años. Una espina que Marcelo Gallardo clavó en 2014 y que seguía ahí, sin moverse ni un centímetro. Pero, ¿fue esta victoria por penales la que le permite al Xeneize sacársela? Quizás, cuando baje la euforia, quedará en evidencia que el Xeneize ganó, sí, pero que haber quedado al borde del papelón no era lo que tanto estaba esperando el hincha.
Cierto es que la situación que atravesó el Millonario en las últimas horas ponía cierto grado de presión sobre el plantel local. Los de Miguel Ángel Russo tenían la responsabilidad de ganar: debía llevar adelante las riendas del partido ante un rival que, aunque presentó un once completo, no contaba con varios titulares y tampoco con sus habituales suplentes. Y lo hizo, abrió el marcador a los 10 minutos de la mano de Carlos Tevez y... Se desmoronó.
Ni siquiera la salida de Enzo Pérez en el entretiempo le dio al local la fe de ir a buscarlo. Por el contrario, los visitantes comenzaron a manejar la historia más cerca del área de Agustín Rossi: errores en defensa y del propio arquero, en conjunto con demasiados pelotazos desde el fondo, le reconstruyeron la confianza a un rival que estaba golpeado no solo por el resultado, sino por todo el resto. ¿Por qué dejó crecer a un contrincante que estaba contra las cuerdas? ¿Cómo no fue más determinante a la hora de ir a buscar el resultado?
Leo Díaz le sacó una pelota sensacional a Carlitos. La única, prácticamente, del segundo tiempo. El resto fueron avances que terminaron en pésimas decisiones de Sebastián Villa y, sobre todo, de Cristian Pavón. Si la idea sobre el final fue el contragolpe, no se aprovechó prácticamente ninguno. Hay imágenes que valen más que mil palabras: que los jugadores no hayan festejado después del penal definitorio de Julio Buffarini puede tomarse como una metáfora de lo que fue el desarrollo del Superclásico. Una victoria, pero que cuesta celebrar.