Marcelino García ToralGetty Images

Rubén Uría: El día internacional de la hostia a Marcelino

Declarado oficialmente el día de la hostia internacional a Marcelino García Toral, a quien esto escribe le quedan dos opciones: ser uno más entre la legión de críticos o contarles que el asturiano es el mismo, con sus errores y sus aciertos, que el año pasado hizo el milagro de los panes y los peces. Naturalmente, el entrenador es el máximo responsable de una temporada que parecía ilusionante en agosto y está siendo decepcionante en enero.  Eso es así. Va en el cargo y en el sueldo. Asumido y procesado. Ahora bien, Marcelino es el máximo responsable, pero no el único. Verán, bien está que, entre cabalgata y roscón, los aficionados expresen con libertad su desazón, su disgusto y su desencanto con el mismo entrenador al que hace meses lavaban los pies con agua de rosas. No es nuevo y por desgracia, funciona así: si ganas eres Dios y si no ganas, te están guardando un sitio en la cola del INEM. Ahora bien, entre polvorón y polvorón, incluso en el día de la hostia internacional a Marcelino, conviene distinguir entre los errores que se pueden imputar a un técnico y los que rebasan su cargo, criterio y culpa. Entre otras cosas, porque la mayoría de estos futbolistas, que el curso pasado lograron que las palmas de la grada echasen humo, son los que ahora, de manera inexplicable, lleven meses en un estado de ansiedad, angustia y absoluto bloqueo, siendo figuritas, pero de mazapán.

Es irrebatible que al míster se le debe exigir en materia de planificación, táctica, disciplina, gestión de egos, psicología, capacidad de liderazgo y cuando las cosas van mal dadas, de autoridad moral. Y ahora que las hostias siguen cayendo, a manta, con y sin razón sobre Marcelino García Toral, cabe decir, aunque esto sea tremendamente impopular, que hay cosas que no son, ni pueden ser, ni jamás serán, culpa del entrenador. Que Rodrigo haya pasado de asesino en serie del área a ser la tierna estampa a de Bambi, no es culpa de Marcelino. Que Mina, que pone pelea y goles cuando otros no ponen ganas ni dianas, se haya secado, no es culpa de Marcelino. Que Gameiro fichase por el VCF es “culpa” de Marcelino, pero que se dedique a lo que sea que se dedique si es que alguna vez se sabe a qué se dedica, no es culpa de Marcelino. Que Batshuayi llegase a Mestalla es “culpa” de Marcelino, como que jugase cuando vino pasado de forma, pero que desperdicie un mano a mano pegando una patada al suelo y no le haga un gol al arco iris, no es culpa de Marcelino. Que el cuerpo técnico del VCF pase toda la semana ensayando jugadas a balón parado para frenar al Alavés y que los centrales se coman dos jugadas de patio de colegio con patatas, pese a haber sido advertidos, no es culpa de Marcelino. Que Kondogbia, que llegó al VCF por Marcelino y cuya inversión fue aplaudida por todo Mestalla esté a años luz del futbolista descomunal que fue el año pasado, no es culpa de Marcelino.  Que Guedes, que llegó y se quedó en el VCF por la insistencia de Marcelino, cuyo fichaje se festejó como si fuera un título, hoy se haya roto y esté fuera de combate, tampoco es culpa de Marcelino. Y que este Valencia tenga el peor registro goleador de sus 84 años en Primera División a estas alturas de competición, porque sus estrellas apuntan a un farol y matan a una vieja, no es culpa de Marcelino.

Bien está que haya quien considere justo que este sea el día internacional de la hostia a Marcelino. El público es soberano. Paga, exige y opina. Este es un país libre. Eso sí, en mi humilde opinión, si la única solución posible para enderezar la nave pasa por destituir a Marcelino, será una muestra inequívoca de que este club no ha aprendido nada en los últimos años. Los números son malos: cuatro victorias de 18 posibles. Ningún entrenador habría resistido ese peso de no ser por el crédito que se ganó el asturiano el año pasado. Ahora que la bolita no entra y todo lo que era color de rosa se ve negro; hoy que a mucho valencianista se le ha roto el amor por Marcelino de tanto usarlo, hay quien cree que la solución pasa por echar a este entrenador, porque no está pudiendo revertir la situación y porque el equipo es tan grande que no puede esperar a nadie. Es posible. Uno, con perdón, está en las antípodas de este pensamiento. Echar a Marcelino sería involucionar, regresar a esa época de turbulencia, inestabilidad, “fuoris” y Prandellis. Echar a Marcelino sería pegarse un tiro en el pie, sería reconocer que el año pasado se exageró el elogio y que este curso, se exagera con su marcha. Echar a Marcelino sería volver a las andadas y confiar, cuando no hay motivo para hacerlo, en ese Valencia de Singapur que sólo pareció el Valencia de toda la vida gracias, entre otras cosas, al acierto de Marcelino. Echar a Marcelino significaría volver a entregar el poder a los jugadores, esos que dan el nivel cuando les viene en gana y viven de cine sabiendo que hay un entrenador dispuesto a poner la cara por ellos, a riesgo de que se la partan. Echar a Marcelino podría ser un acierto si el que viene empieza a ganar, pero si el enfermo no mejora y la cosa se tuerce aún más, que nadie grite “fuori”. Echar a Marcelino es lo más sencillo y lo más popular, incluso podría ser que fuera lo correcto, pero no es lo coherente. No existe un técnico con más capacidad, dentro y fuera del campo, para liderar este proyecto. En caso de duda, echen mano del historial de entrenadores en los últimos años, que parece una lista de los reyes godos. Recién declarado el día de la hostia internacional a Marcelino, uno entiende que haya quien lo quiera echar. Que no cuenten conmigo. Mejor fracasar con Marcelino, con sus errores y sus aciertos, que destrozar todo lo construido y volver a la casilla de salida. 

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