Hazard Chelsea Europa League finalGetty

La final de la vergüenza

Ruben Uria BlogGoal

Europa ya tiene príncipe. A falta de coronar al Rey de Europa, en la cita del estadio Metropolitano, el Chelsea conquistó una Europa League cien por cien inglesa en Bakú. El melón lo abrió Giroud con majestuosidad: giro de cuello brutal y cabezazo inapelable para batir a Peter Cerch. Los dioses del fútbol son caprichosos: un ex del Arsenal daba un título al Chelsea marcando un gol a un portero del Arsenal que es ex del Chelsea. El segundo "crochet  blue" fue un ensayo liertario: Hazard se lanzó a la aventura, puso la poesía y Pedro -especialista en finales- cobró derechos de autor. El tercero fue obra de, quién si no, Hazard, de penalti. Con personalidad y sin carrera previa, ejecutó con nervios de acero. Iwobi descontó para dar esperanza al Arsenal y dos minutos después, Giroud fabrícó un pase de ensueño y Hazard, pletórico, firmó un doblete para liquidar la final. Sarri alzaba el título, Unai Emery no agrandaba su leyenda de “Mr. Europa League”, el dúo Jorginho-Kanté se comía la noche y Hazard se despedía del Chelsea, presuntamente rumbo Madrid, por la puerta grande. Con un recital sólo al alcance de los elegidos. Fue su final. 

Más allá de la mística y de la púrpura – royalties para mi compañero Paco Caro-, Bakú significa  la final de la vergüenza. Que los hinchas de Arsenal y de Chelsea sólo tuvieran 12.000 entradas cada equipo, en un estadio con capacidad para unas 68.000 almas, teniendo que devolver casi 5.000 por dificultades para desplazarse hasta allí, es una vergüenza. Que Henrikh Mkhitaryan, una de las estrellas del Arsenal, no pudiera jugar una final que se había ganado por méritos deportivos, por las tensiones políticas entre su tierra natal, Armenia, y Azerbaiyán, porque nadie garantizaba su seguridad personal, es una vergüenza. Que la policía de Bakú, siguiendo instrucciones los días antes del partido, pidiera sus datos a los aficionados que llevaban la camiseta del delantero armenio del Arsenal, como si fueran sospechosos de haber cometido un delito, es una vergüenza.

Que la UEFA prohibiese a los jugadores “gunners” lucir varias camisetas de apoyo con el nombre de Mkhitaryan, estando al tanto de la tremenda injusticia que resulta privar a un futbolista de alcanzar el sueño por el que lleva años trabajando, es una vergüenza. Que la UEFA, que debería velar por el prestigio de su competición y los derechos de sus participantes, tolere y ampare una situación tan kafkiana como insostenible en pleno siglo XXI, es una vergüenza. Que el Arsenal, se juegue lo que se juegue, no haya tenido los arrestos de negarse a jugar y haya tragado con la exclusión de un miembro de su familia, es una vergüenza. El fútbol presume de no tener memoria, pero más allá de la calidad de Eden Hazard, del partido portentoso de Giroud, de la omnipresencia de Kanté, del resultado y del equipo campeón, esta final se recordará del único modo que la memoria del fútbol no debería haber tolerado: como una tremenda vergüenza.

Rubén Uría

Anuncios