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Luis SuárezWeb Atlético de Madrid

Partido a partido, infarto a infarto

Ruben Uria BlogGoal

Infarto de miocardio. Angina de pecho. Arritmia. Cardiomiopatía. Endocarditis. Parada respiratoria. Da igual. La ciencia aún no ha sido capaz de denominar qué patología afecta y pone a prueba el corazón de los atléticos. No hay síntoma definitivo si uno pertenece al selecto club de una pasión inexplicable llamada Atleti. Experto en nadar contra corriente, especialista en vivir en el alambre, rey del suspense y dueño del tremendo arte de desfibrilar corazones de todas las taquicardias imaginables por la medicina, el Atleti sobrevivió a sí mismo con una remontada épica, a la brava, cuando el título se le escapaba por el sumidero y una abrumadora mayoría de la prensa deportiva de este país salivaba escribiendo la esquela rojiblanca. Sospechoso habitual en el oficio no prevenir pero aguantar todas las enfermedades del corazón, el Atleti remontó en siete minutos mágicos para redescubrir su sino. Te mata, te da la vida

Después de un primer tiempo pletórico, donde disparó con balas de fogueo para que Sergio Herrera emulase a Lev Yashin, el Atleti concedió medio metro a su rival. Suficiente para poner un nudo en la garganta rojiblanca. Primera llegada de Osasuna y gol. Aleluya gritaron los juglares del apocalípsis que vaticinaban que, por fin, el Atlético de Madrid iba a caer, a plomo, víctima de sí mismo y del malditismo histórico que tanto gusta al vecino. A falta de siete minutos, el Atleti tenía que escalar el Himalaya a pleno pulmón. Necesitaba dos goles en un suspiro y en la pausa para la hidratación - reglamentaria, aunque por lo visto, escuece en algunas aceras-, Simeone rearmó a la tropa con un mensaje corto y en vena: "Todos fuertes. Cabeza. Todo está en la cabeza, fuertes ahí". Sangre fría, corazón caliente. Fácil de decir, difícil de hacer. Para salir del pozo de la adversidad, receta única. Fortaleza mental. Resistencia.

El grupo salió resuelto a matar o morir. Y mientras el presonal buscaba urgentemente un marcapasos, el Atleti demostró que el Cholo casi siempre tiene razón. "A morir, los míos mueren". Joao se inventó una delicatessen de la nada, Lodi irrupmió como un trueno por banda, alargó la zancada y abatió a Herrera. Al borde del infarto y con la vitamina B del gol en la sangre colchonera, Carrasco, el arma nuclear más precisa de la tropa rojiblanca, se revolvió con maestría, armó la pierna, enhebró un pase majestuoso y allí apareció, con el winchester de repetición a punto, Luis Suárez. Había perdonado lo imperdonable, había errado lo que nunca yerra y sin embargo, esta vez el pistolero más sucio de la ciudad, el más rápido en disparar, la mandó a guardar. Un escalofrío recorrió el planeta fútbol, un relámpago el Metropolitano y un millón de corazones latieron retumbando en un estruendo salvaje. Luisito. Atleti. Te mata, te da la vida.

A la brava, a la tremenda, al límite del sufrimiento, el Atleti le ponía final feliz a su agonía. El charrúa reventó los corazones de medio país y la nación atlética se estremeció encolumnada, en fila de a uno, en un grito al viento que recorrió el mundo para festejar una manera de ser, competir y sentir. La del Atleti. Nada. Todo. Partido a partido. Final a final. Infarto a infarto. Esta Liga será sufriendo o no será. Real Valladolid. Falta un infarto más. El último. Atlético de Miocardio. Camina o revienta. 

Rubén Uría

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