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Javier Tebas, presidente de LaLigaGoal

Mi casa, mis reglas

Firma Lartaun de AzumendiGoal

Se le esperaba más pronto que tarde y por fin se ha producido el Big Bang futbolístico. Lo curioso es que aunque ha ocurrido más o menos en los términos  esperados, la mayoría de los que hacen posible la opulenta industria del fútbol se ha rasgado las vestiduras. Imposible afirmar aquello tan manido de “no se podía saber”.

La cuestión es tan poliédrica que daría para un artículo diario durante dos semanas y no se repetirían argumentos ni una sola vez. En cualquier caso, no se puede soslayar que el arranque del proyecto de la Superliga es uno de esos hitos en la historia del fútbol que supone un antes y un después. Como el del abandono del amateurismo –que supuso un drama social en según qué ámbitos– o la sentencia del caso Bosman.

Esta vez el revuelo es mayor y seguramente no tanto por lo que supone de cambio o de ruptura el anuncio de la creación de la Superliga, sino porque nunca más que hoy el planeta ha estado más hiperconectado y el deporte rey más globalizado. Poco más.

Sin embargo, las reacciones en contra son muy variadas y gozan de muchos matices, pero quizá los aspectos que más de acuerdo ponen a los contrarios al proyecto que preside Florentino Pérez, hablan de egoísmo, codicia, elitismo y desigualdad. Todos ellos perfectamente compatibles con lo que ha irrumpido en las últimas horas y, en cambio, sin que los compañeros de oficio de los rupturistas se hayan movido con la rapidez exigible.

Resulta de todo punto incomprensible que los otros 39 clubes que conforman LaLiga no estén a estas horas en Madrid a punto de entrar en una reunión en la que concuerden las líneas básicas e inamovibles que sirvan para defender a la mayoría del fútbol español. Porque unidas al órdago de los del Tío Gilito han de llegar una serie de medidas tan lógicas como, desde ya, necesarias.

Siempre que pretendan y consigan continuar en las competiciones nacionales, los que han roto la baraja habrían de quedarse sin determinadas prebendas, como por ejemplo, las siguientes. La Primera división debería seguir contando con 20 equipos, como es el deseo de la mayoría de los clubes del fútbol profesional. No debería existir acomodo extraordinario alguno al calendario de la Superliga por parte de LaLiga. La entrada en el bombo de la Copa del Rey de los equipos rupturistas tendría que tener lugar al mismo tiempo que los clubes que no disputan competición continental. Del mismo modo, los futbolistas de los equipos de la Superliga no deberían poder renunciar a defender a la selección española por razones de calendario, si quisieran representar a España en lo sucesivo. Es decir, no se deberían repetir situaciones como las de la Euroliga cuando llegan las ventanas FIBA.

Soplar y sorber, no puede ser. Pero incluso aquellos con esa capacidad sobrehumana de realizar ambas acciones al mismo tiempo, los que reclamen su presencia en los torneos nacionales y en la Superliga, deberían conocer cuanto antes que en la liga continental de nueva creación se jugará con sus reglas pero que en las de ámbito español, con las de la mayoría.

Y aun así, estarían compitiendo con la ventaja que ofrece el nuevo dopaje financiero. El de dominar en España con una pequeña parte de lo recaudado en la nueva mina de oro que ha abierto JP Morgan y a la que no tendrían acceso sus iguales españoles ni aunque se lo ganaran deportivamente.

Lartaun de Azumendi

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