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Lionel Messi Press ConferenceGetty

Messi siempre es más

Ruben Uria BlogGoal
Pude ver jugar a Marco Van Basten, bailarín del Kirov, embajador de la plasticidad de la Naranja Mecánica, ángel exterminador del área, que sufrió la maldición de Aquiles en las playas de Troya y acabó con el holandés en el quirófano. Pero Messi es más. Tuve la fortuna de disfrutar de Michel Platini, superdotado liviano, inteligencia superlativa, cerebro frío como el hielo y perfume 'chic' de Francia. Pero Messi es más. Contemplé a Roberto Baggio, el italiano más brasileño de todos los tiempos, una perilla zen con coleta de genio, un bailarín de claqué que jugaba en un sello postal, un genio que hacía poesía en cada tiro libre. Pero Messi es más. Me enamoré de Emilio Butragueño, brazos caídos en el área, aceleración de cero a cien en un segundo, especie única que voló en Querétaro para hacer jirones a la 'Dinamita roja' de los vikingos, opositor a La Moncloa y yerno deseado por todas las madres. Pero Messi es más.

Fui abducido por Romario, una pantera de ébano que vacunaba porteros y convertía goles de dibujos animados, hasta que decidió dejar de mirar a los ojitos para bailar en la arena de Ipanema. Pero Messi es más. Mis ojos se clavaron en Ronaldo Nazario de Lima, un donut de carne nacido para el gol, un extraterrestre, una manada de búfalos en estampida al que las rodillas no le aguantaron tanto talento. Pero Messi es más. Fue un lujo ver a Zinedine Zidane, un falso lento que jugaba con esmoquin, un elefante bailarín que anestesiaba pelotas que bajaban con nieve, que teledirigía balones a la escuadra y que devolvía el precio de la entrada. Pero Messi es más. Quedé fascinado por Ronaldinho, una sonrisa con tobillo de goma, de imaginación desbordante y regate eléctrico, al que la magia abandonó cuando le negó el pie al balón y le estrechó la mano a la fiesta. Pero Messi es más.

Fui bendecido viendo levitar con una pelota a Diego Maradona, el sueño del pibe, una escultura maciza de Botero, un pie de seda envuelto en una carrocería de mantecas, el fútbol de barrio elevado a su máxima expresión. Vi al Cebollita que soñaba jugar un Mundial y consagrarse en Primera porque, tal vez, jugando pudiera, a su familia ayudar. Vi al barrilete cósmico de Victor Hugo Morales en plenitud, en el Azteca, reescribiendo el signo de la guerra de Las Malvinas, donde los ingleses iban con tanques y los argentinos iban con cañones de chocolate. Pero Messi es más. Nadie fue Pelé a todas horas, nadie fue Maradona todos los días, nadie fue el junco endiablado Cruyff cada jornada y nadie tuvo la regularidad brutal de Di Stéfano en cada partido. Messi sí. Nadie jugó tan bien y durante tanto tiempo. Messi siempre ha sido más. Ahora tendrá que seguir siéndolo sin su segunda piel, la camiseta del Barça.

Messi se marcha del lugar del que jamás debió irse, su casa. Se va contra su voluntad, se va dejando claro que hizo todo lo posible para seguir, se va porque otros han puesto fin a lo que debió ser una historia interminable. Messi se va envuelto en dolor, tristeza y lágrimas. Messi se va del club que ha prestigiado y sostenido durante años, dejando un vacío gigantesco, imposible de llenar, en el corazón del barcelonismo, con el que siempre fue de cara. Mientras el periodismo busca versiones para comprender lo incomprensible y el aficionado busca culpales entonando el famoso "ni olvido, ni perdón", Messi se va. Se marcha con la misma grandeza con la que juega. Messi se va sin pasar facturas, transmitiendo emoción, sinceridad y elegancia. Messi se va demostrando que dentro del campo y también fuera, siempre es más. 

Rubén Uría

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