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Renato Cesarini Juventus

La Zona Cesarini o por qué nunca hay que rendirse

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El fútbol devino un fenómeno de masas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces, los futbolistas podían pasar prácticamente desapercibidos en las ciudades de los clubes en los que jugaban. Aunque eran ya muy respetados e incluso ostentaban cargos importantes en diferentes empresas, no fue hasta la irrupción de Giuseppe Meazza que los futbolistas más habilidosos se consideraron ídolos de masas. El ejemplo más claro és la Juventus de Turín, que era capaz de convencer a los cracks de la época con buenos empleos dentro de la próspera FIAT, pues el deporte todavía no se había ultraprofesionalizado, para convertirles en deidades populares jugando en el club más famoso y, con el tiempo, más potente de Italia.

En 1930 el patrón Edoardo Agnelli se fijó en un centrocampista que, como tantos otros italianos, había nacido en la bota pero había crecido en el extranjero. Renato Cesarini era originario de la provincia de Ancona, pero se había hecho un hombre en Argentina, y un futbolista en Chacarita Júniors, Ferrocarril Oeste y Alvear. También vestía la camiseta de la selección argentina, el equipo que lucía la bandera que aparecía en su pasaporte.

Cesarini siempre quiso regresar a casa. Italiano de nacimiento, emigró de muy pequeño, como tantos otros compatriotas, hacía lugares más prósperos. Y, cuando años más tarde, en 1928, recibió la propuesta de la Juventus, no lo dudó ni un momento. Había llegado el momento de triunfar en el país donde había nacido.

Como muchos, adoraba la buena vida, aunque su vena artística le distinguía del resto de estrellas amantes de las vicisitudes de la noche. Era un apasionado del baile y de la música, y los conciertos que ofrecía al lado de su compañero Raimundo Orsi podían alargarse hasta altas horas de la madrugada mientras los parroquianos se deleitaban con las habilidades de Cesarini al acordeón y el acompañamiento de Orsi a la guitarra.

En el césped, Cesarini ocupaba la banda derecha del centro del campo de una Juventus que se convirtió en el primer equipo en lograr cinco scudetti consecutivos, un hito igualado únicamente por el Torino una década más tarde. Fue la primera gran Juventus, con internacionales como el portero Gianpiero Combi, el defensa Virgino Rosetta, los centrocampistas Luigi Bertolini y Giovanni Ferrari y los oriundos Luis Monti, Raimundo Orsi y el mismo Renato Cesarini.

Un oriundo es un atleta extranjero con origen italiano al que se le aplica la legislación deportiva italiana. Desde 1928 la presencia de extranjeros estaba prohibida en el calcio y solo se permitía la presencia de oriundos, por lo que los clubes se vieron obligados a fijarse en los mercados de los países con una elevada tasa de emigración desde Italia como Brasil, Uruguay o Argentina. La generación de Cesarini fue la primera. Muchos de ellos, además, llegaron a la selección absoluta y otros, incluso se coronaron como campeones del mundo, como Orsi, Guaita y Schiavio en 1934. En las décadas sucesivas también se irían incorporando Omar Sívori y José Altafini, entre otros, hasta llegar a nuestros días en los que la azzurra ha acogido nombres como el de Mauro Camoranesi o Thiago Motta, que nacieron el Argentina y Brasil respectivamente. Esta práctica se convirtió en habitual también en España, un país igualmente dado a la trampa, con la asimilación de Ladislao Kubala y Alfredo Di Stéfano.

Sin embargo, a Cesarini no se le recuerda por sus cinco Scudetti consecutivos; ni por ser un pilar de la primera Juve temible de la historia; tampoco por sus éxitos con la selección italiana; ni siquiera por haber conseguido mantener el tipo durante los años 40 frente al arrollador Torino mientras ejerció de entrenador de la Juventus después de colgar las botas. A Renato Cesarini se le recordará para siempre por su habilidad de meter goles decisivos en el último momento, una característica que, además, ha acuñado un neologismo que ha trascendido el fútbol para instalarse en la sociedad italiana.

Todos los italianos, también los pocos que no saben nada del fútbol y que jamás han oído hablar de Cesarini, saben qué significa la Zona Cesarini. Es un concepto que se refiere al milagro en el último minuto, al inesperado as en la manga que invierte la situación cuando nadie lo esperaba.

Fue el periodista Eugenio Danese el que habló por vez primera del Caso Cesarini después de constatar que el italo-argentino solía golear en la recta final de los partidos. Lo hacía con la selección, a la que había dado victorias de prestigio como aquella por 3 a 2 frente a Hungría en diciembre de 1931, pero también en la Juventus, con Napoli, Pro Vercelli, Lazio y Brescia como algunas de sus víctimas más ilustres. Con el tiempo, el neologismo mutó de Caso a Zona y hoy, cuando un italiano explica que ha comprado el pan en Zona Cesarini significa que lo compró un minuto antes que la panadería bajara la persiana.

Cesarini, pues, fue un futbolista de calidad que solía ver puerta con facilidad. Y también uno de los más viscerales. En una ocasión, durante un partido de la antigua Copa de Europa que la Juventus disputaba en Praga frente al Slavia, su compañero Rosetti y también el masajista del equipo fueron agredidos. Cesarini ni se inmutó. Pero cuando acabó el partido, desmontó el poste del córner y, como un caballero en una justa medieval, cargó contra los aficionados rivales y los agentes de policía que intentaban poner un poco de orden.

Episodios como este hacen que los críticos más acérrimos con el fútbol nieguen ningún tipo de relación entre este deporte y la cultura. Pero si se concluye que el arte es expresión, no se puede evitar pensar que el fútbol es cultura. Y si no se lo creen, pregunten a cualquier italiano si se siente capaz de definir la Zona Cesarini con menos de dos palabras.

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