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Belmondo FranciaGetty

Jean Paul Belmondo y el fútbol, una pareja inseparable

Firma Lartaun de AzumendiGoal

Metió los zapatos en cientos de los miles de charcos que se fue encontrando en su sendero vital. Dedicar un recurso tan escaso como el tiempo a experimentar en tantas inquietudes como las que se empeñó en conocer Jean Paul Belmondo tiene que pasar por robarle horas al sueño por sistema. Ya sea para subirse a las tablas del teatro, cortejar a las más guapas de la Costa Azul, propinarse costaladas como guardameta o mandarse una hilera interminable de vasos de Pastis con un granuja inseparable como Alain Delon.

Ha muerto Bébel, un huracán en la calle y un francés más en su casa. Sin ser feo no era guapo pero pocos más atractivos que él, como confirmarán mujeres y coetáneos del actor. Y pocos aspectos llamaron su atención más que el deporte en su larga y prolífica vida. Un deporte que seguía con fruición pero que también practicó hasta partirse la cara en su ejercicio.

Hijo de escultor y pintora, Belmondo pasó estrecheces en casa siendo niño. No era fácil vender arte en un país pisoteado por unos nazis que campaban a sus anchas del bracete de Pétain por el Hexágono. En esa Francia de la posguerra, un mal estudiante como él se lanzó al boxeo a los 15, siempre a espaldas de su casa. Hizo su modesta carrera en el campo aficionado llegando a acumular 15 combates nada menos. «No hice una carrera profesional porque no me gustaba recibir golpes. Amaba el boxeo y el fútbol también. Pero lo dejé porque me quería consagrar totalmente al teatro».

El fútbol

Amén de jugarse el tipo en el cuadrilátero, Belmondo también jugó al fútbol. De portero nada menos. Todo surgió porque, cuando era un estudiante en el Liceo Pascal parisino, la madre de Bébel fue muy explícita con el director: «mi hijo es un inútil. Así que haga usted el favor de ponerlo de portero». Y a partir de ahí, todo lo que tuvo que ver con la práctica del balompié lo llevó a cabo desde los tres palos.

Así como en el boxeo no había para él otro como Marcel Cerdan, el pied-noir campeón mundial de los medios, en el fútbol era René Vignal el que se llevaba casi todos sus parabienes. El galán galo bebía los vientos por el estupendo cancerbero del Racing de París de los 50. Pero había más guardavallas franceses a los que admiraba, como Julien Darui, César Ruminski y Marcel Domingo, quien defendiera la portería del Atlético de Madrid y el Espanyol, amén de entrenar a un sinfín de clubes de nuestro país durante tres décadas. «Eran guardametas que blocaban el balón, con los balones de hoy en día y sus efectos...», se afanaba en explicar el vivaracho actor.

Se erigió durante tiempo en el portero de un equipo de ocasión como era aquel Polymusclés (Polimusculados, en francés), un conjunto que reunía a personajes del show business cada vez que algún acto benéfico llamaba a sus puertas. Llegaron incluso a enfrentarse a Raymond Kopa y Just Fontaine y el Stade de Reims, nada menos, para recaudar fondos para la Cruz Roja. Y Belmondo bajo palos frente a ellos.

El Paris Saint-Germain

Como suele suceder con aquellos que no han perdido el tiempo en repetirse en las mismas tareas, Bébel también se lleva en su mochila el haber participado en la fundación del PSG. El club francés que resultó de la fusión del Paris Football Club y el Stade Saint-Germain, contó en ese 1970 con la financiación de un Belmondo al que su aprecio por el deporte rey sumado a la amistad que le unía a Francis Borelli le convertiría en propietario y uno de los vicepresidentes del hoy club de Messi, Neymar y Mbappé.

No obstante, Belmondo no tardaría demasiado en apartarse de la actualidad de la entidad capitalina dado que su condición actoral no era precisamente compatible con permanecer cercano a la gestión del PSG. Vendió su parte alícuota de la propiedad y siguió adelante en otros terrenos. En los últimos años solía bromear acerca del dinero que habría tenido hoy en día de no haber soltado las acciones. Aun así, aborrecía el fútbol moderno y las cifras astronómicas que se mueven en el negocio global que conforma, pero no era extraño verlo en un palco del Luis II de Mónaco o en el Parque de los príncipes parisino solazándose con su PSG querido, del que seguía siendo aficionado de foulard, si no de bufanda.

Jean Paul Belmondo, el portero del Liceo Pascal y el Polymusclés, también fue actor y un playboy tan envidiado como admirado, que por ahí también hizo sus pinitos al fin y al cabo. Descanse en paz.

Lartaun de Azumendi

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