Vergüenza. Un impresentable lanzó un tubo de plástico que impactó en la cabeza de un futbolista. No es la primera vez que sucede y por desgracia, no será la última que un cerebro rapado revienta una fiesta futbolística, la condiciona y detona una bomba de racimo de efecto retardado, la de la miseria, el odio y el “y tú más”. La cobarde agresión, que no se puede ni debe justificar ni por unos colores ni por nada del mundo, multiplicó su efecto durante 48 horas trufadas de comportamientos indignos de profesionales que presumen de serlo mientras se comportan como forofos, y de forofos que, apoyados en la fosa séptica de las redes sociales, volcaron toda su bilis para vejar, humillar e insultar, porque en tiempo de siembra de odio, cualquier trinchera es buena. Ojalá que el idiota que lanzó la barra no pueda entrar nunca más en un campo. Cuando un tipo se comporta como un animal, no pueden existir matices con ese grado de violencia, ni “peros” que justifiquen lo injustificable, ni mariachis mediáticos que blanqueen el hecho.
Más vergüenza. Después está la madre del cordero, las reacciones, hechos y gestos incalificables que tuvieron lugar en un simulacro de partido donde el color de la camiseta y las simpatías personales entraron con los tacos por delante al sentido común. Jordán, agredido y no agresor, sufre un traumatismo y no pudo jugar la reanudación por prescripción médica. Si el Sevilla no quería jugar, estaba en su derecho. Si como insinúan algunos jugadores del Betis, Lopetegui incitó a Jordán a sentarse y decir que se mareaba para que se aplazase el partido, y si eso realmente lo escuchó el cuarto árbitro, habrá que encontrar pruebas de esas insinuaciones, porque son graves. Monchi quiso rebajar la tensión y poner cordura con declaraciones impecables, pero fue predicar en el desierto. Pellegrini pidió una investigación y ahí es donde debe entrar la RFEF. Se ha abierto un procedimiento extraordinario para conocer todo lo sucedido en base al que se determinará la sanción al club de acuerdo con el régimen disciplinario, Antiviolencia actuará y seguro que Integridad habrá tomado buena nota de los comportamientos derivados del partido y la reacción de los protagonistas, con el fin de derivar todo y dar traslado a Competición. La RFEF tiene que llegar al fondo de este asunto. Tiene material gráfico, audiovisual y hasta testigos que pueden ayudar a peritar todo lo que sucedió. Nadie se puede ir de rositas.
Suma y sigue la vergüenza. A bote pronto, hay una lectura doble en el Sevilla: hubo cierta rigidez en los comités cuando había fechas para jugar y disputar el partido sin el agredido, sienta un precedente peligroso. En caso de no haberse presentado, el Sevilla habría sido sancionado y el club no quiso tensar la cuerda, pero nadie podría poner en duda que, en caso de haberse negado, su relato habría sido más consistente. En el Betis la lectura también era doble: apostaron por no creer la versión del rival, insinuaron que todo era un paripé y quisieron jugar cuanto antes, aunque fuera a puerta cerrada. Pellegrini, que quería jugar a toda costa desde el principio, que es entrenador y no médico, se preguntó en voz alta si un tubo de plástico puede provocar un traumatismo craneoencefálico. Lopetegui, que no quería jugar en ningún caso, como prueban las imágenes, se preguntó en voz alta quién era la víctima y fruto del calentón, se equivocó poniendo algunos ejemplos que jamás habrían debido salir de su boca.
Más vergüenza. De propina, después de que muchos jugadores del Betis reprobaran en redes sociales la postura de Lopetegui y dejasen caer que Jordán estaba exagerando todo, apareció lo de Andrés Guardado. El mexicano festejó el pase imitando lo que pasó con Jordán, fingiendo varios desmayos mientras recibía como premio la risa cómplice de varios compañeros. Lamentable. Aunque un poco menos que las excusas, improvisadas y más falsas que el cartón piedra, que el propio Guardado ofreció en sus redes, asegurando que no le había faltado al respeto a Jordán. Minutos después, aparecían más tomas de un vídeo donde Guardado se daba golpes en la cara y se desplomaba al suelo entre risas. Cobardía doble. Primero, la de hacer el gesto. Segundo, la de no tener la suficiente hombría para reconocer lo que has hecho, porque te han pillado con el carrito del helado.
Todo fue una vergüenza. Todo debería ser esclarecido. Y todo debería servir para que los actores de este sainete reflexionen sobre la imagen que proyectan, porque están dando carnaza, y de la buena, para que se siga multiplicando un odio y una miseria que no caben en el fútbol, porque ya encuentran suficiente cobijo en las redes sociales. Perdió el Sevilla, perdió el Betis, perdió la ciudad y perdió la Copa, porque se manchó una fiesta que nadie tiene derecho a profanar. Hay que tomar cartas en el asunto, esclarecer los hechos, investigar, peritar y si existen pruebas, sancionar con dureza a todos los que arrogaron un derecho que no les pertenece: manchar la ciudad, la Copa y el fútbol.
Rubén Uría




