Cuando uno era un chaval y tenía el poster de Arteche en la habitación, se metía en la cama con la radio de fondo y echaba mano de un libro. Mejor dicho, un ‘libro-juego’. En aquellos tiempos la moda era la colección ‘Elige tu propia aventura’, donde el lector iba tomando decisiones sobre su futuro, avanzando o retrocediendo, para lograr su misión o fracasar en el intento. Si no querías enfrentarte a un ogro sin espada, te ibas a la página 187; si te bebías una poción sin saber de qué se trataba, rumbo a la 208; y si escogías pelear en inferioridad contra un grupo de trasgos, pasabas a la página 124. Eras dueño de tu destino. O al menos, querías creerlo. El Atleti lleva meses pasando página, eligiendo su propia aventura y fracasando siempre. Da igual Mallorca que Brujas, Orcasitas o Leverkusen. No importa la talla del rival, porque la estatura del Atleti es enana.
Siempre elige cómo quiere perder, pero no gana nunca: si decide ir a por el partido, pierde; si se encastilla atrás, pierde; si le llegan una vez a portería, pierde; si llega dos mil veces al arco contrario, pierde; si cambia el once doscientas veces, pierde; si se encomienda a Simeone porque todo lo demás falla, pierde; si se cree la mentira de que tiene “la mejor plantilla de la historia”, pierde; y si se cree que puede ganar mientras arrastra la camiseta por esos campos de Dios, también pierde. El Atleti se ha pasado el curso eligiendo su propia aventura, pero empieza a descubrir que aquí no hay final feliz.
Simeone, que jamás debió haber elegido aventura porque es lo mejor que le ha pasado a ese club en su historia y pudo irse en lo más alto, está sobrepasado. Busca y no encuentra, reclama y nadie responde, prueba casi todo y no le sale casi nada. Si el club cree en él, que lo demuestre. Y si no cree en él, que le eche. Cualquier cosa será preferible a una agonía insufrible que no merece el aficionado. Los jugadores, que dicen que están a muerte con el entrenador, no lo demuestran en el campo. Bloqueados y superados, deambulan por el campo como un conjunto de camisetas andantes.
Hay quien habla de relaciones rotas, aburrimiento, abandono y hasta de Lorenzo Lamas, el rey de las camas. Una lectura racional invita a pensar que ningún grupo sería capaz de tirar piedras contra su tejado y que a estos jugadores les duele lo que pasa. Una más visceral invita a pensar que algo se ha muerto en ese vestuario y que a algunos les queda muy grande una camiseta que no están mereciendo, porque la están arrastrando. Y la directiva, que lleva años parapetada en el escudo humano del Cholo, duda sobre seguir confiando o cambiar de caballo en mitad del río, calculando finiquitos, no sea que el negocio se vaya pique y la afición recuerde que tiene cuello para girarse al palco.
El Atleti se ha pasado el curso eligiendo su aventura sin elegirla de verdad, sin querer abrir los ojos, sin querer asumir que debe derribar todo y volver a empezar. De cero. El entrenador no tiene que elegir su propia aventura, debe vivirla: coger de la pechera a doce o tragar con situaciones indignas. Los jugadores no tienen que elegir su propia aventura: deben vivirla, seguir haciendo el ridículo o ponerse a la altura de su afición. La directiva no tiene que elegir su propia aventura, sino ejecutarla: seguir con el Cholo o sin él. Y los aficionados no tienen que elegir su propia aventura, sino sentirla: pagar al equipo con la moneda de la indiferencia y renegar de esta inmundicia, o seguir queriendo al Atleti cuando menos se lo merece, porque es cuando más lo necesita. Atleti, elige tu propia aventura. O quema el libro, que mejora al arder.
Rubén Uría


