Le ocurre al Athletic de 2021 pero no es algo exclusivo suyo. Le sucedía también al de 2007 y al de 1995 o ponga usted el año que quiera de las últimas tres décadas largas. No es nuevo pero sí cada vez más grave y acuciante. Porque el fútbol transita por veredas cada vez más alejadas de las que los rojiblancos escogieron en su día para ellos.
Mientras el deporte rey busca sin descanso nuevas vías para gozar de un mayor protagonismo, desde Ibaigane parecen empeñados en que los huevos de su gallina no sean de oro. Como si les bastara con que ponga los mismos huevos que sus competidores.
Las posibilidades para complementar la plantilla rojiblanca son progresivamente más exiguas con los sucesivos cambios que va viviendo el fútbol español. Para evitar resultar excesivamente prolijo, señalaré un aspecto que no por conocido deja de ser más cierto. Los importes de los contratos televisivos han igualado a clubes tradicionalmente pudientes con los del furgón de cola. Así, los traspasos y los salarios que puede permitirse el Athletic ya apenas difieren –si lo hacen– de los del habitual pelotón de tropa liguera.
A eso hay que sumarle que a la entidad bilbaína se le percibe, cada vez más, como al PSG en cuanto a las enormes dificultades con las que se encuentran para cambiar de aires los futbolistas que desean salir del club. A emolumentos similares y cláusulas más asequibles, es comprensible que los posibles objetivos del Athletic se lo piensen muy mucho o que directamente escojan otras opciones impensables no hace tanto.
En plena crisis económica de la pandemia y con un mercado propio crecientemente estrecho, es tiempo de plantearse muy en serio la construcción de un plan estratégico que describa al detalle cuáles y cómo han de ser los pilares que sostengan un Lezama poderoso como nunca se ha conocido.
La actualización y mejora de las instalaciones están muy bien y son necesarias, pero hasta cuándo se pretende vivir mirando hacia otro lado a la hora de invertir en el mejor capital humano. Hasta cuándo. Porque en Lezama deberían trabajar los mejores formadores y los técnicos más preparados del mundo dentro de las posibilidades económicas del club. Lo que no puede ser –y si no se remedia pronto puede llevar al Athletic a un problema tan grave como inefable– es que todos los técnicos y formadores de Lezama sean exjugadores de la casa o profesionales de la tierra.
No hay más que coger el listado de los cuerpos técnicos desde el Bilbao Athletic hasta el último Alevín, para darse cuenta de que medio siglo después de haberse inaugurado, Lezama continúa dando trabajo a los vecinos en lugar de a los mejores. Algo que también sucede con la dirección deportiva.
Pongamos que son tres o cuatro docenas los profesionales que día a día tienen el encargo de formar a los aspirantes a leones. ¿Cómo es posible que ninguno de ellos sea de fuera de Euskadi? ¿Acaso están en casa, y solo en casa, los mejores formadores del mundo? ¿No hay siquiera uno en el Reino Unido, en Alemania, en Holanda o en Argentina? Más allá de pagar favores devengados durante las elecciones a la presidencia del Athletic, ¿en qué cabeza cabe que todos los dirigentes del Athletic prefieran colocar a los de alrededor por encima de salir a buscar a los más cualificados?
Lo que hasta hace bien poco carecía de sentido, desde hace un tiempo se ha convertido en algo tan insoportable como urgente de revertir. Si no es así, la gallina de los huevos de oro no dará ni los buenos días. Y todo porque el Athletic no quiere lo mejor para sí mismo; desde los dirigentes hasta los socios, que jamás se revelan ante semejante tropelía. El futuro deportivo del club pasa por el mejor Lezama posible, no por el más vizcaíno.
Lartaun de Azumendi




