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Rubén Uría: 'El año que nos dejó "Quini", un corazón gigante'

Lo recuerdo como si fuera ayer. Finales de febrero. La noche anterior la pasamos hablando de su grandeza, del fútbol de los ochenta, de aquel tipo que tenía una sonrisa infinita, incluso cuando la vida no le había dado motivos para seguir sonriendo. Era Enrique Castro, “Quini”. Un corazón gigante y un hombre querido por todos. Él embrujó El Molinón, glorificó la camiseta del Sporting, fue embajador del “fair play” allí por donde pisó y gran ídolo para grandes y pequeños. Un cromo irrepetible para cualquier colección y batió el récord del mundo de cariño. “Ahora, Quini, ahora”.

Pasaron muchas cosas en este 2018 que se nos va, pero ninguna la viví con tanta intensidad como la muerte de “Quini”, que no era de mi equipo, pero al que siempre sentí como si lo fuera, porque en su caso, único en el fútbol mundial, “Quini” jugaba en el equipo de todos y era del equipo de todos. Pichichi y campeón de la vida, nunca se rindió ante la fatalidad: “Llevo años luchando contra una enfermedad, se ha muerto un hermano, mis padres, un secuestro y ves la vida de otra manera. En lo más sencillo está lo bonito”. Así era él. Corazón gigante, sonrisa eterna.

Fue un mito de mi infancia, una leyenda de su tiempo, un ejemplo de humanidad, cercanía y sencillez. El Messi de su tiempo, al que te podías acercar, pedirle una foto, preguntarle la dirección de una calle o darle un caluroso abrazo. “Quini” fue alguien único. Un hombre al que lloró todo un país. Alguien a quien a finales de febrero de 2018, se le rompió el corazón de lo grande que lo tenía. 

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