GoalLo tenemos todos clarísimo: lo mejor para Joao Félix sería que el muchacho abandonase cuanto antes la mala influencia de Simeone. Es un diagnóstico que admite poco debate. El Cholo le corta las alas a un chico que, sin él, se sentaría a la mesa (nostálgica expresión para los atléticos) de Mbappé y Haaland.
Porque el fútbol, supongo, ha demostrado que la meritocracia cholista es un cuento. Será casualidad que Griezmann llegase al Atleti como un buen futbolista y se marchase de Madrid como un candidato al Balón de Oro. Algunos locos dicen que no es mal espejo para que el ‘menino’ vea su reflejo y compruebe que, efectivamente, si al talento le unes la disciplina tienes un cóctel imparable.
Dicen que en la Patagonia hace frío, pero lejos de Simeone todavía más. Una larga retahíla de jugadores, desde Arda a Filipe Luis, puede confirmarlo. Tantos y tantos que no tienen más remedio que reconocer que el mejor fútbol de su carrera lo dieron de rojiblanco. En realidad, lo divertido es plantear el juego a la inversa: tratar de recordar los nombres de los que rindieron mejor tras soltar el supuesto lastre del Cholo.
No ha demostrado nada Joao Félix para exigir trato de favor, más allá del cheque gigante con el que se pagó su traspaso. El chico tiene maneras y suelta chispas diferentes a las del resto, de eso hay poca duda, pero es un pan que necesita mucho horno. A favor de corriente, con espacios y sin presiones, es un trescuartista de los que antes marcaban el compás de los partidos desde la visera del área, con las medias caídas. Pero le falta carácter y ansias de galones en partidos que se tuercen.
Asumo que lo fácil para él es levantar un teléfono y hacerle pucheros a su representante para que le lleve a un sitio donde le acaricien el lomo y le dejen comer pizza en vez de brócoli. Hay otras maneras de triunfar en el fútbol, qué duda cabe. Pero igual que ninguna ducha es más grata que la de después del esfuerzo, ninguna cima le va a saber mejor que la primera que corone junto a Simeone con los dedos llenos de callos. En manos de Joao Félix está la decisión: lo sencillo o lo correcto.
Fran Guillén