“Sólo garantizo que el Barça jugará bien”. Nada más llegar, Quique Setién demostró que desconoce que en el fútbol no existen garantías y que las peores promesas son las que no se cumplen por algo sencillo: no se puede prometer lo que no se puede cumplir. ¿Quién puede garantizar que un equipo juegue bien? Nadie. ¿Y quién podría arrogarse la capacidad de garantizar algo que no puede cumplir? Alguien con un alto grado de incontinencia verbal, experto en solucionar problemas al mismo tiempo que los crea. Con el cadáver deportivo de Valverde caliente,parte del periobarcelonismo militante, quiso vender la vida, obra y milagros de Setién. De primero de junta directiva en apuros que necesita recurrir al favor del periodismo deportivo.
La campaña fue de manual: no importaba que llegase al cargo porque Komenan, Xavi y alguno más habían dicho que no, sino que se procedió a blanquear a un entrenador cuyo currículum era realmente liviano para dirigir a un club del tamaño y grandeza del Barça. Había que vender esperanza. Y en base a eso, se quiso renovar una ilusión que estaba por los suelos. Así que se vendió la figura del tipo campechano que pasea con las vacas por el pueblo y del estilista cuyo discurso es más cruyffista que el del propio Cruyff. Algunos, tras el partido ante el Athletic Club, empiezan a abrir los ojos: algunos les prometieron a los socios que iban a ver a Johan Cruyff y resulta que, en realidad, están viendo a César Luis Menotti.
Todo el mundo sabe que no soy el fan número uno de Quique Setién. Y precisamente por eso, me parece necesario ser justo con él. Creo que es un buen entrenador, que puede conseguir que un equipo juegue bien y que es capaz de influir en muchos jugadores hasta conseguir mejorar su rendimiento. Eso es mucho. Y dicho eso, creo que, más allá de que gane o pierda, de que triunfe o fracase, de que gane la Liga o la pierda, creo que su fichaje por el Barça es un error gravísimo. Entre otras cosas, porque más allá del resultado, el listón de Setién no puede medirse por los resultados, por si gana o pierde, sino por ser capaz o incapaz de cumplir aquello que garantizó, jugar bien.
Setién no es el único culpable de cómo juega el Barça, como no lo era Valverde. El Barça estaba enfermo antes de Setién. Y sigue enfermo con Setién. Del Barça de Valverde se decía que era funcional, melifluo y gris, Meses después, con Setién, el orden de los factores no altera el producto. El Barça sigue siendo previsible, plano y aburrido. El diagnóstico del paciente se bifurca en dos direcciones: la primera indica que a Setién se le está poniendo cara de Valverde; la segunda, que el problema del Barça no era de entrenador, sino más profundo.
No se trata de santificar a Setién, ni de satanizarle. De lo que se trata es de comprender que hace demasiado tiempo que Messi cada día que pasa está más solo y que la vieja guardia, Piqué, Busquets o Alba, lleva demasiado tiempo soportando el peso de todo un club. Hace falta una revolución. Un modelo donde no se fiche por fichar, donde se cuente de verdad con los chavales y donde no sigan llegando, a precio de oro, jugadores que no mejoran lo que hay. El club necesita un cambio profundo. Se necesita un líder que ponga el club en fila de a uno, que tome decisiones y se atreva a demostrar que, además de predicar, también se puede dar trigo.El club necesita recuperar un discurso creíble. Y de paso, su imagen. Eso vale más que cualquier Liga.
Rubén Uría