Ruben Uria BlogGoal

Crónica de un apocalipsis anunciado por tierra, mar y aire

4-0, 3-0, 3-0, 4-0, 2-8, 0-3 y 1-4. No son prefijos telefónicos al uso, sino los abultados marcadores de las últimas derrotas del Barça ante PSG, Juventus, Roma, Liverpool, Bayern, otra vez Juventus y de nuevo PSG. Como dijo en su día Bernd Schuster: “No ha(s)e falta decir nada más”. Como en el anuncio, la prueba del algodón no engaña: ante los equipos ‘grandes’ el Barça cada vez es más pequeño. Sin presidente, con una gestora incompetente al mando, con una deuda monstruosa, con una crisis institucional indisimulable, con un entrenador condenado a la portavocía porque no da la talla en la dirección de campo y con un vestuario consciente de que necesita una revolución, el Barça dimitió como equipo de elite. 

El club, intubado y en fase terminal, necesita una catársis completa con carácter de urgencia. Un nuevo liderazgo, un nuevo impulso, un presidente capaz de mirar a los ojos de los jugadores, de cumplir lo que promete y de ilusionar de nuevo a un socio que, por fin, a golpe de sobredosis de ridículos europeos, ha comprendido que los que todavía siguen mandando han convertido un club referencia en un solar. De referencia a comparsa, de ejemplo a muñeco de trapo, de equipo grandioso a equipo menor, el Barça necesita cambiar hasta el color de las paredes de los despachos y del vestuario. Una nueva organización, una nueva política de fichajes y un regreso a las esencias del estilo. Messi advirtió en su día que con esto, no alcanzaba. Nadie escuchó. Meses más tarde, Koeman admitió que el Barça no estaba para grandes cosas. Y los que todavía mandan, los de ‘elecciones cuanto antes’ -que ahí siguen todavía-, quisieron hacer creer que no había para tanto y que el anunciado apocalipsis no se produciría.

El PSG destrozó el optimismo interesado de unos dirigentes cuya planificación deportiva tiene más agujeros que el Prestige. Había cien síntomas de que el Barça, después de Anfield, Roma o Turín, se volvía a exponer a una paliza interplanetaria, pero ni los avisos del entrenador, ni de parte del vestuario, ni de los resultados de andar por casa en Liga, hicieron abrir los ojos a los que debían tomar decisiones. Parte del barcelonismo quiso encomendarse al santoral de siempre, Messi, para que hiciera su enésimo milagro. No lo hubo, porque hasta los milagros tienen límites. La realidad fue tozuda. El PSG fue más físico, más rápido, más agresivo y más potente. El marcador reflejó la diferencia de nivel, confianza y potencial de un equipo que sí está en la elite frente a un equipo que ha dejado de pertenecer a ese selecto club. Mbappé, un búfalo imparable, mitad Ronaldo y mitad Weah, certificó la cuadratura del círculo y la caída del imperio. 4-0, 3-0, 3-0, 4-0, 2-8, 0-3 y 1-4. PSG, Juventus, Roma, Liverpool, Bayern, otra vez Juventus y de nuevo PSG.

El Barça, que hace seis años era el rey de Europa, hoy es un solar. Y si los socios no andan listos, igual pronto habrá quien se empeñe en llevarse también el solar. No es triste la realidad. Lo que no tiene, es remedio. Se busca presidente, nuevo rumbo, un liderazgo reconocible y la toma urgente de una serie de decisiones traumáticas que ayuden a reanimar a un club que se ha instalado en lo peor que le puede pasar a un equipo de su grandeza: acostumbrarse a hacer el ridículo. Desde el respeto máximo a los profesionales, duele escribirlo, pero aún más duele verlo. Y como nos pagan para contar lo que vemos y no lo que sentimos, esta noche se ha certificado la caída de un imperio. Algunos se resistían a creer que el apocalipsis anunciado estaba por llegar y esta noche, una de las más negras en la historia del club, el apocalipsis anunciado llegó. Sálvese quien pueda. Y el socio, que vote. Falta hace.

Rubén Uría

Anuncios