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Chelsea vs Atletico Madrid UCL Kante

Con ustedes, una fuente de energía llamada N'Golo Kanté

"Alrededor del 71% de la superficie de la Tierra está cubierta por agua, el resto está cubierto por Kanté". Ese fue el mensaje viral que impulsó el Chelsea en las redes sociales, después de uno de los mejores partidos del mediocentro de bolsillo francés. Su exhibición ante el Real Madrid de Zinedine Zidane, que recomendó su fichaje hace años, no pasó inadvertida para público y crítica. Alma gemela del infatigable Makelele, aquel motor diesel con el don de la omnipresencia en la época de "Los Galáticos", Kanté sigue escribiendo una historia de superación personal que podría formar parte de la mejor colección de cuentos de Charles Dickens. Diminuto como un pigmeo, liviano y de ojos vivarachos, N'Golo irradia energía por todos los poros de su cuerpo. 

Si el tamaño importa, Kanté es la excepción de la regla. Apenas mide un metro sesenta y ocho centímetros, pero cada vez que roba, conduce o presiona, parece Gulliver en Lilliput. Basta verle desplegarse por el césped para adivinar que su presencia es una bendición para su equipo y una visita al dentista para el rival. Este acorazado de bolsillo desayuna tornillos, come relámpagos y cena truenos. Es una roca al choque, una bestia al quite, un todoterreno infatigable y un coloso en la conducción. Y no es un dechado de virtudes con la pelota, pero tiene una técnica bastante más depurada de lo que parece, mejor sentido del juego de lo que aparenta, tiene un imán en las botas y ocupa el espacio como nadie. Acorazado de bolsillo en estático y destructor temible en movimiento, Kanté es uno de los pocos capaces de meter a todo un equipo en su mochila.

Hijo de familia de inmigrantes en los barrios más pobres de París, producto de la Francia multicultural, Kanté ha escalado, a golpe de esforado piolet, por el escarpado monte de las dificultades que tuvo que encontrar en su vida. Creció como hijo de emigrantes de Mali en un barrio marginal de Rueil Malmaison, pasó parte de su infancia recogiendo chatarra y basura para ayudar a su padre - al que perdió cuando tenía 11 años- , con el fin de yudar en casa para sacar adelante una familia de nueve hermanos. Como tantos niños, hijos de la calle, aprendió el código del fútbol del barrio, y como Maradona, soñó que tal vez jugando pudiera a su familia ayudar. Dicho y hecho. 

Kanté se hizo profesional en Boulougne, debutó en Segunda con el Caen y tras dos años allí, siendo el futbolista con más intercepciones del campeonato, fichó por el Leicester City. Con los "foxes" de Claudio Ranieri hizo realidad el cuento de 'Cenicienta'. Ganó la Premier más increíble de la historia contra todo pronóstico y después de las doce de aquel día, la carroza del equipo no se volvió calabaza. Ranieri lo tenía claro. Kanté era una fuerza de la naturaleza que había que dejar expresarse: “Muchas veces pensaba que debía esconder un motorcillo bajo los pantalones, pero no es cierto. Sus pilas son inagotables, no para de correr y lo hace con sentido, durante todo el partido”. Su explosión, un terremoto 7.5 en la escala del fútbol mundial, sirvió para que el Chelsea le fichase pagando 36 millones de de libras. En Stamford Bridge volvió a ganar la Premier y fue MVP, por delante de Eden Hazard. Después la cuadratura del círculo, la cúspide del niño que soñaba ser profesional, llegaría en Rusia, coronándose campeón del mundo con Francia

Querido por el vestuario y siempre idolatrado por los hinchas, Kanté, a sus 30 primaveras sigue brillando con intensidad en el universo Chelsea. Vivió momentos complicados con Frank Lampard y aquel desencuentro por su no presencia en la boda de un amigo, se especuló con su posible traspaso porque no tenía minutos y sufrió con el estallido del Covid. Ahora, con Tuchel al mando, ha vuelto a sentirse importante en un ecosistema de juego que le permite representar un papel que borda: el de un pulpo insaciable que roba, quita, presiona y conduce con tanta energía como voracidad. No es el mejor futbolista del mundo, pero a veces, cuando su motor diesel arranca y su energía volcánica incendia la noche, lo parece. 

Rubén Uría

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