Pocos clubes en el mundo tienen una filosofía tan asociada a un sistema de juego como el FC Barcelona: el 4-3-3 es tan parte del ADN blaugrana como La Masia o los rondos. Sin embargo, en el último año y medio, el Barça se alejó de su dibujo predilecto en pos de un 4-4-2 que otorga más presencia en la zona media, paradójicamente por decisión de Xavi, quien fuera uno de los mejores intérpretes de la idea madre dentro del campo.
Con una plantilla que ya no cuenta con la calidad de otros tiempos tanto en la ofensiva como en la capacidad de ocupar espacios en la fase defensiva, tres cachetazos muy duros y consecutivos a mediados de la temporada pasada hicieron comprender al entrenador que debía abandonar el dogma y sumar piernas en la medular para construir un equipo exitoso.
La eliminación en fase de grupos de la Champions League una fecha antes del final y la contundente derrota 3-1 en el Bernabéu en el primer clásico liguero de la temporada llevaron al de Terrassa a quitar un extremo y sumar un centrocampista para contraer el equipo y tirar de un juego más interior que de bandas amplias. Unos meses más tarde fue el incuestionable campeón de LaLiga.
Sin embargo, en la actual campaña el funcionamiento no fue el mismo, principalmente porque, de los cuatro intérpretes de ese centro del campo sobre el que se sustentó el éxito en 2022-23, uno ya no está en el club, otro se rompió por el resto del curso apenas tres meses después del inicio del calendario y los dos restantes vienen penando con las lesiones desde hace tiempo.
Y ahora, de cara a la revancha de los octavos de final de la Champions League contra el Napoli, Xavi deberá afrontar el partido donde el Barcelona se jugará su último resto de la temporada sin ninguno de esos futbolistas. Y la vuelta a una de los pilares del ADN Barça se impone, aunque sea más por obligación que convencimiento.


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