Y en su último partido, MVP ante el Alavés saliendo desde el banquillo. Giuliano Simeone se convirtió esta temporada en una de las grandes revelaciones de LaLiga. Al menos del Atlético de Madrid, equipo entrenado por su padre. Diego no dudó en tirar de su hijo para cambiar la dinámica de un conjunto colchonero que, bien entrado el curso, parecía necesitar algo más que jerarquía y galones. Y no se equivocó.
No eran pocos los que creían que al Atleti de los fichajes caros y los cromos nuevos -Julián Álvarez, Conor Gallagher, Alexander Sorloth o Robin Le Normand- le hacía faltaba algo de trabajo, de sacrificio, de sudar la camiseta. De correr y de dejarlo todo -y más- al margen del talento natural. Y eso es lo que le da Giuliano al cuadro rojiblanco.
Está claro que Giuliano no tiene la clase de Griezmann o el regate de Joao Félix. Pero, por ejemplo, multiplica por mil el esfuerzo del portugués y eso le vale para ser más útil de lo que fue en el Metropolitano el ahora jugador del Chelsea. Comparaciones al margen, es evidente que Giuliano no juega por el apellido sino por lo que le brinda al equipo de su papá.

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