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Diego MaradonaGetty Images

Hall of Fame – El chico de oro que nació en la humildad y elevó a todos a su paso: Diego Armando Maradona hace que el debate del GOAT sea innecesario

En el mundo del fútbol hay un antes y un después de Diego Armando Maradona. Para muchos, el ícono envuelto en escándalos cuyo trágico y prematuro fallecimiento en 2020 aún resuena en los tribunales, sigue siendo el mejor futbolista de la historia.

Su legado ha sido inmortalizado en libros, canciones y películas. Fue una figura única, un mito viviente, un rostro y un nombre reconocible en cada rincón del planeta. Para millones, fue sinónimo de rebeldía, identidad y liberación. Sus jugadas legendarias y goles inolvidables viven en la memoria colectiva del fútbol mundial.

Maradona ganó títulos, aunque no tantos como otros grandes. No porque le faltara talento, sino porque siempre eligió estar del lado de los desfavorecidos y desafiar al poder establecido. Aun así, triunfó, tanto con sus clubes como con la selección argentina, incluso rodeado de compañeros de nivel modesto —al menos dentro del campo. Fuera de él, la lucha fue más compleja. Pero su lugar en el Salón de la Fama de GOAL es tan evidente como merecido.

  • Diego Maradona cargó sobre sus hombros a sus compañeros y al mundo entero

    Escribir sobre Diego Armando Maradona es enfrentarse a una avalancha de ideas, historias y posibilidades. También implica sortear una amenaza constante: la de caer en lo banal ante una figura tan extraordinaria.

    Una cualidad distinguió siempre a Maradona, fallecido el 25 de noviembre de 2020 a los 60 años: lograba que jugadores y equipos enteros creyeran que era posible ganar. Convenció a quienes jamás habrían soñado con un título… y luego lo hizo realidad. Como un moderno Atlas, no cargaba el cielo, sino a sus compañeros sobre los hombros.

    Diego evitó los clubes más ricos y dominantes de su época. Eligió el desafío, la rebelión, la revolución. Jugó en el FC Barcelona cuando aún no era la potencia global que conocemos, pero fue en Italia donde decidió dejar su huella más profunda.

    Eligió al modesto Napoli, un club sin campeonatos en sus vitrinas. Antes de su llegada, jamás habían ganado la Serie A. Después de su partida, tardarían más de 30 años en volver a lograrlo. En siete temporadas, Maradona los llevó a conquistar dos ligas italianas, una Copa de Italia, una Supercopa y una Copa de la UEFA. Pero los números (115 goles en 259 partidos) apenas rozan la magnitud de lo que representó.

    “El Pibe de Oro” arrastraba a sus compañeros, se les metía bajo la piel. Creaba lazos de confianza inquebrantable y los convencía de que todo era posible. Maradona era un ganador, pero más que eso: convertía en ganadores a los demás.

    Hasta hoy, Nápoles sigue siendo tierra de Maradona.

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  • El chico de oro soñaba con hacer millonarios a todos los pobres

    Tras una amarga salida del FC Barcelona, Diego Armando Maradona decidió en 1984 emprender una nueva aventura en el sur de Italia. Eligió Nápoles. El presidente del club, Corrado Ferlaino, desembolsó —tras arduas y legendarias negociaciones— unos siete millones de euros para concretar el fichaje. Más de 70,000 personas colmaron el Estadio San Paolo el 5 de julio para recibirlo como a un mesías. Hoy, ese estadio lleva su nombre.

    Maradona sabía perfectamente a dónde llegaba: un equipo modesto, que apenas unos meses antes había evitado el descenso por un punto. Aun así, decidió quedarse. Quería construir algo duradero. Poco a poco, con una base de jugadores locales y algunas piezas clave, Napoli fue creciendo. En su primer año terminaron octavos, luego terceros, y en la temporada 1986/87 conquistaron su primer Scudetto, haciendo historia.

    Aquellos años no eran cualquiera: la Serie A era la mejor liga del mundo. Estaban la Juventus de Platini, el Milan de Berlusconi y Sacchi con sus neerlandeses, el Inter de Trapattoni, la Sampdoria de Vialli y Mancini. Era la liga de Baggio, Zico, Falcao, Sócrates, Matthäus y Junior. Entre 1984 y 1991, durante las siete temporadas de Maradona en el Napoli, el Scudetto fue ganado por seis equipos distintos; solo uno repitió: el Napoli.

    Pero lo que hizo Diego fue más que deportivo. Devolvió la esperanza a una ciudad históricamente marginada. Eligió Nápoles —caótica, vibrante y pobre— como si, desde su propia raíz en los barrios humildes de Buenos Aires, buscara redimir a todos los que nunca tuvieron nada.

    Y si para eso tuvo que hacer un pacto con el diablo —coquetear con los jefes mafiosos, caer en la adicción a la cocaína que ya lo acechaba en su última temporada ganadora, ser suspendido por dopaje y huir abruptamente de la ciudad—, eso no hizo sino humanizar aún más al dios del fútbol.

    Su era celeste terminó de forma dramática. Pero el mito de Maradona, ese, nunca se fue. Y nunca se irá.

  • Maradona en México 1986: la actuación individual más grande en la historia de los Mundiales

    En una época en que la selección argentina carecía de talento, Maradona supo transformar la necesidad en virtud. Debutó con apenas 16 años en la Albiceleste, pero el entrenador César Luis Menotti lo excluyó del Mundial de 1978, disputado en casa. Aun sin Maradona, Argentina logró coronarse campeón del mundo.

    Diego se consagró en el Mundial Sub-20 y a partir de 1982 se convirtió en el líder indiscutible del seleccionado mayor. Ese equipo, quizás el mejor de su carrera, cayó en la segunda fase ante Brasil (1-3) e Italia (1-2). Cuatro años después, en México 1986, regresó con un plantel más modesto, pero con una madurez renovada. Entendió la importancia del equipo y moldeó la selección a su imagen y semejanza, incluso dejando fuera a figuras como Daniel Passarella y Ramón Díaz, quienes nunca congeniaron con él.

    Durante ese torneo, Maradona casi no cometió errores. Participó en diez de los 14 goles de Argentina, con cinco anotaciones y cinco asistencias. Marcó el polémico gol con la mano contra Inglaterra —un gesto cargado de significado político y social— y minutos después firmó el “gol del siglo”, dejando atrás a medio equipo inglés. También eliminó a Bélgica y Alemania, protagonizando quizás la actuación individual más brillante en la historia de los Mundiales. El delantero inglés Peter Beardsley afirmó: “Si Maradona hubiera nacido en Toronto, Canadá habría sido campeón mundial”.

    En 1990, en Italia, Maradona volvió con un equipo aún más débil y en baja forma física. Aun así, Argentina superó a Brasil, ganó en penales contra Yugoslavia y venció al anfitrión Italia en semifinales en Nápoles. En la final de Roma, sin embargo, Alemania se impuso entre silbidos e insultos que Maradona devolvió. Parecía el fin de su gran historia en Mundiales, pero no fue así.

    Tras una suspensión por consumo de cocaína, Diego regresó al Mundial de 1994 en Estados Unidos. Anotó un gol espectacular contra Grecia y descargó la ira acumulada durante su ausencia. Pero la alegría duró poco: tras el segundo partido contra Nigeria, se detectaron rastros de efedrina en su sangre. Fue suspendido y tuvo que abandonar la selección, que poco después quedó eliminada. Maradona cerró su carrera con la Albiceleste con 34 goles en 91 partidos, un título mundial ganado y otro que estuvo a punto de conseguir.

  • Maradona elevó a todos a su nivel — porque solo puede haber un verdadero GOAT

    Diego Maradona nació en 1960 y falleció en 2020. Pero, en realidad, vivió mil vidas: cayó y se levantó una y otra vez. Fue un rebelde, y precisamente por eso, un ejemplo para muchos, a pesar de una vida llena de contradicciones.

    Cuando llegó a la ciudad al pie del Vesubio, declaró: "Quiero ser el ídolo de los niños pobres de Nápoles, porque ellos son como yo era en Buenos Aires". Lo consiguió construyendo una relación simbiótica con la ciudad y su gente, a veces tan intensa que rozaba lo casi personal. Dentro y fuera del campo, fue un protagonista de su época. Marcó goles desde el mediocampo, ejecutó tiros libres magistrales y brindó un espectáculo inolvidable tanto durante los partidos como en sus previas. Basta recordar su legendario calentamiento en la semifinal de la Copa de la UEFA de 1989, en el Estadio Olímpico de Múnich. Nunca fue egoísta; siempre elevó el nivel de quienes lo rodeaban.

    Su eterno referente, Pelé, jugó en Brasil con algunos de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Johan Cruyff brilló en Ajax, Barcelona y la selección de los Países Bajos. Messi y Ronaldo destacaron en grandes equipos. Y todos los aspirantes al título de mejor jugador de la historia compitieron en clubes históricos como Real Madrid, Juventus, Milan o Barcelona.

    Pero ahí es donde “El Diez” marcó la diferencia. Hubo jugadores que ganaron más, que tuvieron carreras más largas o exitosas, pero el carisma de Maradona, su capacidad para llevar a equipos modestos a victorias inesperadas, probablemente nunca será igualada. No jugó con los grandes; jugó contra ellos. Y muchas veces, los venció.