Se puede analizar como excusa o como motivo válido. Ningún equipo puede tener un funcionamiento que se aproxime a un ideal si pasan siete meses sin verse las caras y apenas cuentan con dos o tres entrenamientos para jugar un partido de Eliminatorias ante un rival como Chile, aceitado más allá de los cambios de técnico y con mucho menos para perder en Santiago del Estero.
Ahora bien. La Selección argentina tiene en Lionel Messi un diferencial que, cada tanto, se convierte en un vicio. De hecho, una de las virtudes del ciclo de Lionel Scaloni fue forjar una base que pudiera pensar el post Leo desde el punto de vista de salir de la dependencia ya que, desgraciadamente, ya no queda tanto hilo en el carretel de su carrera.
Ni siquiera fue de los partidos destacados de la Pulga. Pero cuando la ofensiva se centraliza en que frote la lámpara, es imposible que pase desapercibido. Entonces fue él quien convirtió, el que hizo revolcar a Bravo, el que peinó el travesaño con un tiro libre, el más buscado para decidir cómo y por dónde atacar.
Tampoco puede considerarse un mal partido del equipo en conjunto, porque de hecho el penal llega después de una serie de toques y un gran pase al vacío de Di María para Lautaro. Y dejó buenas impresiones el ingreso de Julián Álvarez, como así también el de Ángel Correa, como elementos revulsivos para demostrar que siempre hay otro modo sin necesidad del Messi omnipresente.
El punto termina siendo, ni más ni menos que eso, un punto. Que suma para el objetivo final, pero que parece insuficiente de local ante un rival que no atraviesa su mejor momento, que representa un retroceso mínimo en el funcionamiento pero que deja algunas sensaciones positivas como el auspicioso estreno del Cuti Romero en la zaga central, el buen retorno de Di María y que, al final del día, siempre es mejor tenerlo a Messi.