OPINIÓN
Suele suceder cuando los tratados de paz tienen lugar. Siempre son bienvenidos, pero a la vez, traen consigo lamentos. Y es que, lleguen cuando lleguen, siempre aterrizan con retraso. Y eso ha sucedido este lunes con Vicente Del Bosque e Iker Casillas. No había mejor manera de empezar la semana, pero a la vez, cabe pensar en todo el tiempo desperdiciado y todo el daño provocado mientras tanto. Especialmente, cuando una foto idéntica, pero realizada cuatro semanas atrás, hubiera evitado un sufrimiento innecesario en el seno de la selección española.
Sorprendió que Vicente Del Bosque arremetiera así contra Iker Casillas la semana pasada, sin mediar presión ninguna. Por el talante del ex seleccionador, digo. Porque sólo con ver los entrenamientos de La Roja en la Isla de Ré, se intuía que el cancerbero no estaba del todo satisfecho, por mucho que dijeran lo contrario todos sus compañeros de equipo y las secuencias en el banquillo los días de partido. Muy dolido debía estar Del Bosque. Tanto o más que Casillas.
Dado un extremo, se puede llegar a entender el comportamiento de ambos. Tanto del que está dolido por no jugar, como del que está dolido por la reacción en consecuencia. Aunque, evidentemente, ninguna de las dos actitudes son ideales. Ni mucho menos. Lamentables. Y fácilmente evitables, además. Una conversación el 4 de junio, en lugar del 4 de julio hubiera sido suficiente. Bienvenida la paz, necesaria incluso, por la ejemplar imagen que trasladan al exterior. Pero una paz tardía también.