Jurgen Klopp Fabinho Liverpool Newcastle Premier League 2019Clive Brunskill

"Never give up" ("Nunca te rindas")

Ruben Uría Blog

“Never give up”. ("Nunca te rindas"). Esa fue la leyenda que ponía en la camiseta de Mo Salah cuando salió al césped. Sin él, sin Firmino y sin Keita, con una desventaja de tres goles ante un Barça enorme y el Dios del fútbol, Messi, en el bando contrario, el Liverpool encomendó su suerte a su entrenador, Jürgen Klopp. Masticó un plan, motivó a sus jugadores, les pidió entregar lo mejor y lo que parecía imposible fue posible. Apeló a la mística de su estadio, a la liturgia de la magia de Anfield y a la épica de jugadores que a muchos no les parecen campeones, pero sí que lo son. Pelota a pelota, minuto a minuto, jugada a jugada, pulgada a pulgada, el Liverpool emergió como una avalancha roja que fue capaz de engullir, de un solo bocado, al Barça de Messi. Primero le puso la soga al cuello. Y en cada envite, en cada balón dividido, en cada cabalgada, apretó, apretó y apretó la soga, hasta que le dejó sin aire, con el cuello roto y colgado de un mástil. Su líder, Klopp. Un genio. Impuso un ritmo tan febril como reconocible, fiel a su idea fanática de concebir un deporte donde no hay tregua, ni se concede, porque el vértigo y la electricidad son la divisa que levanta a los muertos de sus tumbas.

Klopp, ese soberbio entrenador al que los fracasados llaman “pierdefinales” cuando es una gran bendición para este deporte, agitó la coctelera, taló el árbol culé y cuando los de Valverde quisieron darse cuenta, eran una pila de leña mustia y reseca, lista para arder en la hoguera de la pereza. El Liverpool de Klopp, lastrado por las lesiones y tocado en su orgullo, puso el alma sobre la verde moqueta de Anfield y creyó como nunca. En el minuto 55 había escalado el Everest sin oxígeno y el Barcelona estaba al borde del precipicio. Origi, completamente sólo después de un fallo en cadena garrafal de la defensa azulgrana en una pelota parada, propio de alevines, cristalizaba el milagro. Con la “gent blaugrana” rogando por un milagro, el enésimo, del Dios Messi, Anfield rugió como nunca, el Liverpool se atrincheró dejando pasar los minutos y el crono, para desesperación de Messi, voló de manera inexorable, dejándole sin esa “copa tan linda” que se había empeñado en llevar al Camp Nou. Dicen algunos defensores de la estética del balón que el fútbol empieza en los pies. La noche les llevó la contraria: el fútbol es un estado de ánimo y siempre empieza en la cabeza. Querer, desear, buscar, entregarse, darlo todo, tener actitud, superarse, trabajar y creer. Eso es el fútbol. Esa es la vida. “Nunca te rindas”.

Y el Liverpool, experto a la hora de saber que nunca caminará solo, por muy fiera que sea la oscuridad y la tormenta, hizo posible lo que parecía imposible. A base de creer, de querer, de insistir, de percutir y de querer morir matando, con grandeza, acabó volteando una eliminatoria en la que había padecido todos los golpes de infortunio que se podían padecer. Supo sufrir, salir hacia adelante, motivarse, conjurarse y hacer añicos los pronósticos. La tropa de Klopp jugó con épica, derrochando coraje a espuertas, demostrando que tiene el corazón del tamaño de una sandía. Y el Barça, superado, desarticulado, roto, a pesar de contar con excelentes futbolistas, jugó con el corazón del tamaño de un guisante. Ahí estuvo la diferencia. Pasó el mejor. Y el mejor fue el Liverpool de un señor que se llama Jürgen Klopp, que es un número uno y que es una auténtica bendición para los que amamos el fútbol. Simpaticemos con los colores que simpaticemos. Sobre todo, para los que creemos que este deporte no empieza en los pies, sino en la cabeza. Fue la gran noche de Klopp. Honor a quien honor merece..

Rubén Uría

Anuncios