Lionel Messi Argentina Bolivia Eliminatorias 09092021Getty Images

La procesión de Messi

Empiezo por el final, escribió y presentó hace algunos meses el Indio Solari. Lágrimas en los ojos, la voz quebrada y una entrevista que tiene poco de fútbol y mucho de vida. Aunque para Lionel Messi, el fútbol es la vida. Porque en sus sueños, postergados durante 16 años desde aquel debut fallido ante Hungría, había dos escenarios: el de una consagración y el de una noche de redención total. El primero ocurrió el 10 de julio en el Maracaná; el segundo, esta noche en el Monumental.

Pero la noche del 10 fue demasiado perfecta, incluso para haberla imaginado. Porque después de 18 meses, los hinchas pudieron dejar atrás la pandemia y volver a pisar un estadio. Y fue nada menos que para rendirle homenaje a un plantel que se instaló para siempre en el corazón argentino. Y entre esas 23 mil personas, según contó el propio capitán, estaba parte de su familia. Solo faltaban su esposa y sus hijos, incondicionales e imprescindibles como sostén anímico para transformar ese "no se me da" en "por fin se me dio".

Y antes del partido, hubo momento para su nuevo ritual, el de ejercitar tiros libres para que los fanáticos disfruten de su calidad y lo vivan como si fueran parte de los 90 minutos. Sí, hubo un encuentro. Oficial, por los puntos y que Argentina estaba obligada a ganar para dar un paso más hacia Qatar. Y Bolivia fue, más que rival, el invitado de la fiesta que dejó a los agasajados vivir su noche.

Todo este contexto impide analizar de manera puntual el andamiaje de la Albiceleste. Pero claro, estuvo Messi. El que tiró un caño y se la puso contra un palo a Lampe, para festejar con la mano en el escudo y en el parche de campeón. El que la dejó pasar, recibió y tiró una doble pared con Correa para definir de derecha. El que estaba en el lugar indicado para recoger un rebote a un remate de Paredes y poner el 3-0. El que destrozó el récord de Pelé como máximo goleador de una selección sudamericana. El que se lleva una pelota más para su casa. El que se lleva el amor y las alabanzas de los presentes y los millones que lo reverenciaron desde sus hogares frente al televisor. 

Las lágrimas se van entre los abrazos. Con sus compañeros, con Lionel Scaloni, con el incondicional Chiqui Tapia. Llega la copa, las placas, la música y la vuelta olímpica. La mochila ya no está más, aunque se la volverá a calzar en noviembre del 2022 en Medio Oriente. Mientras tanto, la procesión ya no va por dentro. Porque se le dio y no hay más mierda que comer.

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