Por primera vez, a los argentinos no les importa ganar la final del mundo. A ver, pausa, tan así no es, pero esa es la esencia que se transmite. Corrijamos: a los argentinos no les importa tanto como otras veces ganar la final del mundo, o al menos no dolería como la de 2014.
En la ciudad de Doha se respira un ambiente de disfrute total. Los hinchas se juntan cada día a comer asado, a saltar y a cantar. Se juntan a cantar, sí, sin que nadie más que ellos mismos sea capaz de escucharlos, porque no importa que no haya receptor, lo único que importa es que el mensaje salga, que se emita, que se exprese. Porque los hinchas argentinos no pueden pedir más que esto: su equipo juega 7 partidos, les da esperanza y son testigos de obras de arte messianas partido a partido tras haber viajado 13.000 kilómetros y gastar una fortuna.
El debate entre Messi, Maradona, Cristiano y el mismo Dios está acabado hace rato. A la gente no le importa quién es más grande ni tampoco cree que los 90 minutos del partido del domingo vayan a cambiar las cosas. Messi es grande, enorme, gigante, superlativo. Lo demostró en Brasil, lo demostró durante 25 años de carrera, lo demostró incluso en Rusia y lo está demostrando en Qatar. Lo que pase en uno de los más de mil partidos que jugó no cambiará ninguno de los adjetivos que lo califican.
Por primera vez, los argentinos parecen ser un poco menos resultadistas. He hablado con varios, he leído sus posteos, y se vive un clima de relax total. El hincha está agradecido de poder vivir lo que está viviendo. El hincha argentino aprendió de Scaloni y sabe que “pase lo que pase mañana igual sale el sol”, y eso se transmite también al equipo. Los jugadores cantan, saltan, declaran tranquilos y con una sonrisa en la cara.
¿El hincha quiere ganar? Claro, y los jugadores también, más que nadie, eso no se discute. Pero parece que de una vez por todas el argentino entendió que el Mundial lo juegan 206 equipos, que las chances de ganarlo son ínfimas y que lo más normal es no salir campeón. Estar entre los dos mejores es un privilegio inmensurable, y aun así el domingo hay un 50% de chances de ganar, lo que significa también que hay que procesar que hay un 50% de chances de perder.
Es que al hincha no le queda nada si no disfruta. ¿Para qué reclamar un lateral que no fue? ¿Para qué reprocharle a Lautaro las chances que falló? ¿Para qué decirle a Scaloni que meta a tal en vez de tal? ¿Para qué dejar que nuestro corazón haga un juicio sentimental tajante el domingo dependiendo de cómo vayan las cosas? Así como Messi se hizo cargo del equipo, el hincha se hizo cargo de sus emociones y ha decidido, sin debate alguno, disfrutar, disfrutar y disfrutar. Porque no queda otra, porque nunca se sabe cuándo se volverá a jugar una final del mundo.
Si Argentina sale campeón, habrá lágrimas de alegría. Si Argentina pierde, también habrá lágrimas, pero no de tristeza ni de rabia, sino de melancolía. Melancolía de saber que este lindo viaje llegó a su fin, de que las fiestas diarias en las calles de Doha no se volverán a repetir, de que el mundo dejará de ponerle atención a nuestras banderas y brazos en alto. Melancolía de saber que Lionel Messi no volverá a inundar nuestras pupilas con jugadas de terciopelo en una Copa del Mundo.