El mundo, hace 43 junios y julios, tenía dos Alemanias, como así también dos Berlín, una ciudad capital dividida por un muro. La Copa del Mundo de ese año, 1974, fue organizada por uno de esos dos conflictivos países, la Alemania Federal, mientras que la otra Alemania, la Democrática, terminaría cayendo en el mismo Grupo A del torneo, compartido también por un “curioso” Chile que quería empezar a escribir su historia con mayúsculas (Australia completaría el cuarteto). En ese entonces, la diferencia entre los seleccionados europeos del mismo nombre y La Roja sudamericana parecía ser amplia, pero no se logró notar tanto cuando la pelota comenzó a girar…
Chile debutaría contra la Alemania Occidental (Federal), la que terminaría levantando el título. Se pensaba que los locales, con glorias como Franz Beckenbauer, Gerd Müller, Jürgen Grabowski y Jupp Heynckes, terminarían goleando, pero apenas ganaron 1 a 0, con el tanto de Paul Breitner. En aquel encuentro, la expulsión del ídolo chileno Carlos Caszely se convirtió sin querer en un hito: fue la primera exhibición pública de la tarjeta roja.
El segundo compromiso de este Chile, ante la Alemania Oriental, causaría otra grata sorpresa para el país latinoamericano: fue 1 a 1, dejando una mejor imagen que el rival, con las muy buenas actuaciones de Carlos Reinoso, Sergio Ahumada (autor del gol) y el enorme Elías Figueroa.
Luego, tras empatar sin festejos contra Australia, la Selección conducida por Luis Álamos finalizaría tercera en el grupo y eliminada de la competencia, dejando un sabor agridulce, ya que tenía (o creía tener) más potencial (sobresalía también Chamaco Valdés, además de los futbolistas ya citados).
Pasaron décadas. Alemania se unificó y continuó siendo una potencia en el fútbol. Chile siguió siendo Chile, aunque es observado ahora con otros ojos: tiene dos Copa América en la vitrina.
