Preguntado por este cambio después de más de cuatro meses a la deriva, en rueda de prensa Sami Khedira apuntó a que en el vestuario habían hablado de todo lo que se hacía mal y se habían conjurado para cambiarlo. Y aunque pasara desapercibida, no es menos relevante tampoco el reconocimiento de que había varios jugadores que no estaban en su mejor momento de forma. No dijo nombres el diplomático Khedira, pero el pasado encuentro en Mestalla deja irremediablemente en el candelero a un par de futbolistas.
Uno de ellos es Di María, un jugador explosivo, vertiginoso, técnico, con olfato goleador, desequilibrante, sacrificado en defensa… quizás el que mejor represente la filosofía de juego de José Mourinho. Y otro es Mesut Ozil, el mejor guía posible para el ataque blanco, con esa visión de juego y esa depurada técnica, al alcance de muy pocos en el mundo.
Si a ellos se les suma un Casillas que no ha encajado un gol en los últimos cuatro partidos, o al mismo Khedira, liberado últimamente en funciones ofensivas, las consecuencias para el equipo se traducen en lo que se vio en Mestalla. Cuando ellos están en forma, el equipo lo nota. Y es casi más destacado cuando están desaparecidos, como en estos últimos grises cuatro meses y medio. Ellos, señalados todos públicamente de una u otra forma por José Mourinho, pero también otros tantos más dentro de ese equipo. Véanse los Marcelo, Pepe, Xabi Alonso, Benzema o Higuaín, por ejemplo.

Se dice popularmente que el fútbol es de los futbolistas. No excluiría a los entrenadores, son fundamentales al ser los patrones del barco todos y cada uno de los días de la temporada. La cuota de responsabilidad de cada uno es ya difícil de definir, eso sí. Pero se ha visto que tanto en las duras como en las maduras, ambos van de la mano. Por supuesto, también en el Real Madrid. Ha quedado comprobado. Y afortunadamente para el madridismo, al menos uno de los dos pilares parece ir despertando de ese letargo en el que se hallaba sumido.