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Los mitos del Barcelona, en tierra de Dioses

Los mitos del Barcelona han llegado al Olimpo de los Dioses clásicos, la tierra que acunó la civilización tal y como la conocemos actualmente. La que sentó las bases del conocimiento y la cultura que desembocaron, miles de años más tarde, en el nacimiento del fútbol como expresión social y cultural y que nos ha dado a Leo Messi, el Apolo del mundo moderno. Pero no solo Messi llega a Atenas rodeada del aura divina del fútbol. Todos sus compañeros, de ayer y de hoy, encuentran su reflejo en la Grecia antigua.

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Porque el Barcelona llega liderado por el Apolo moderno, el Dios del Sol y de la Razón balompédica, referente de todas las artes y máximo exponente de la luz que ilumina el intelecto. Igual que del hijo favorito de Zeus emanaba la pestilencia o la prosperidad de los pueblos griegos clásicos, de la inspiración de Messi depende, en buena medida, el porvenir del Barcelona. Pero Messi, igual que Apolo no vivía solo en el Olimpo, no juega solo.

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Lo hace escudado por un Andrés Iniesta que no estará esta noche. El manchego solo puede compararse con Mercurio, el Dios del engaño y los viajeros, el mensajero entre el Olimpo y el mundo de los mortales, un personaje simpático que despertaba simpatías allá donde iba, aunque quizá de haber pisado San Mamés, Mercurio nunca hubiera llegado a ser Mercurio. Por fortuna para él, el estadio del Athletic Club todavía andaba lejos de ser levantado, aunque los vascos ya estaban ahí.

Lionel Messi Andres Iniesta Barcelona

Como ya estaba el gran héroe de la mitología griega, el semidiós Hércules, hijo de Zeus y una mortal famoso por las doce pruebas que le hicieron inmortal. Paradigma entre fuerza física y mental, nadie representa en el Barcelona estos valores que un Luis Suárez que es ídolo en Uruguay y se somete a Messi en el Barcelona. Ambos, igual que todo el frente de ataque barcelonista y el antiguo Olimpo al completo, no serían nada sin Sergio Busquets, el Atlas particular del equipo, que sostiene la defensa igual que el Dios griego sostenía los cielos.

La zaga azulgrana se refuerza con la mejor defensa de España y cuenta con un Marc-André Ter Stegen en el mejor momento de su carrera en un rol de guardián que bien podría haber ejercitado Cerbero, el can que custodiaba las puertas del infierno. Por supuesto, tanto Cerbero como Ter Stegen gozaban de un muro antes de tener que decidir sobre el destino del viajero que se plantaba en las puertas del infierno, y si Cerbero tenía a las hermanas Gorgonas, con la inquietante Medusa, capaz de petrificar a cualquiera que la desafiara con una mirada a los ojos, el alemán tiene a Javier Mascherano, que de intimidar sabe un rato largo a pesar de no contar con las alas doradas y las manos de bronce de Medusa. Aunque a veces lo parezca.

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Existen otros paralelismos evidentes, como el dionisíaco Arda Turan, que ejerce de contrapeso al apolíneo Messi. Si el rosarino representa el equilibrio, la luz y la razón, el turco ejerce como todo lo contrario, igual que Dionisio, el Dios de la pérdida de conciencia, trágico y cómico a la vez y que Eurípides inmortaliza en Las Vacantes. Y no hay que olvidar a Jordi Alba, el mejor homenaje que el fútbol le ha hecho a Poseidón, el Dios de las aguas.

Todos ellos llegan para defender a un equipo que encarna la razón como ningún otro. Pues igual que Sócrates, el filósofo social, sentó las bases de la eterna búsqueda de conocimiento, el Barcelona tuvo a Johan Cruyff. Y donde el holandés solía cebarse en sus jugadores cuando perdían "porque no me han hecho caso", el filósofo es autor de la máxima que reza cómo "no es la ley la que se equivoca, sino los hombres que no saben aplicarla".

Sócrates encontró un digno heredero en Platón, igual que Cruyff lo tuvo en Guardiola. Platón supone la sublimación de todo el pensamiento socratiano, del que no hay nada escrito y cuyo pensamiento se conoce especialmente gracias a la obra de Platón. Son dos legados, el barcelonista y el clásico, que hoy comparecerán cara a cara con el peso de la historia presidiendo el choque frente al Olympiakos. En Grecia nació todo. En Barcelona se sublimó.

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